Un exponente del subgénero de robo de bancos bastante básico, pero que entretiene con recursos nobles.
Ni Bruce Willis ni el subgénero de “películas de robos” atraviesan sus mejores momentos. El actor de Duro de matar hace unos cuantos años que anda perdido en producciones menores (que incluso ni siquiera llegan a estrenarse aquí), mientras que los títulos centrados en grandes golpes delictivos perdieron terreno en la cartelera ante los tanques.
El gran golpe une ambos elementos para una historia que difícilmente sorprenda a alguien, pero que al menos entretiene con mecanismos nobles y una sincera apropiación del espíritu del cine clase B, como si así reconociera su carácter de deudora directa.
Willis es aquí Hubert, poderoso dueño de un banco que sufre el robo de dos sucursales en un par de días. La investigación recaerá en uno de esos típicos agentes del FBI abnegados y obsesivos que tanto gustan en Hollywood, secundado por un novato que esperar encontrar en este caso una oportunidad para ascender. La policía local también aportará lo suyo con un comisario cuya esposa agoniza en casa por un cáncer fulminante, en una de las varias subtramas que los guionistas abren sin que se entienda muy bien para qué.
El caso dejará de ser catalogado de “robo” cuando se descubra que hay vínculos muy estrechos entre los principales sospechosos, la policía local e incluso el propio Hubert. Vínculos presentes y también del pasado, ya que los distintos actores del caso tienen en común un paso por las fuerzas armadas norteamericanas.
El director Steven C. Miller tiene una amplia experiencia en este tipo de producciones, y aquí lo demuestra filmando los robos con claridad y tensión. El relato avanzará por los carriles seguros de las historias de venganzas, acusadores que en realidad no lo son y traiciones de toda índole, que se develarán en una media hora bastante desordenada y a la que le sobran un par de “falsos” finales.