LOS BUENOS Y LOS MALOS DE LA PELÍCULA
Muy posiblemente, El gran golpe esté entre lo más arriesgado y ambicioso que hizo en los últimos tiempos la compañía Emmett/Furla, dedicada principalmente a producir films que tienen como destino anunciado los formatos domésticos y que en general entrega productos que van de lo mediocre para abajo. Si además tomamos en cuenta que Bruce Willis viene barranca abajo, que su último trabajo con el director Steven C. Miller había sido la floja Extraction y que Christopher Meloni venía de la pobre I am Wrath, las expectativas no eran muy altas y podemos decir que estamos ante una pequeña sorpresa.
Desde el comienzo, El gran golpe se plantea como una película sobre profesionales: hay un asalto bancario ejecutado con precisión militar (literalmente) y una muerte muy particular, y eso es sólo el principio. Los robos se suceden, pronto va quedando claro que esa banda de criminales no sólo se propone robar millones de dólares, sino también dejar expuesto al dueño de esos millones, un empresario bancario de esos acostumbrados a salirse siempre con la suya y al que Willis interpreta con una displicencia en este caso productiva.
Miller no se anda con chiquitas y va configurando un relato que no sólo gira alrededor del enigma sobre quiénes están detrás de la ola de delitos y sus motivaciones específicas, sino también de los conflictos personales que atraviesan a los distintos personajes. Casi por decantación, la vertiente dramática es lo que menos funciona en la película: las subtramas del agente del FBI que carga con la mochila del brutal asesinato de su esposa y la del policía corrupto que no sabe cómo lidiar con el cáncer de su mujer, a pesar de poseer cierto interés, no llegan a encajar fluidamente dentro de la narración. Pero El gran golpe compensa estas flaquezas con un tono seco, duro y directo que acompaña una reflexión interesante sobre las distintas concepciones éticas y morales de lo que es correcto o incorrecto, cómo cada acción implica una reacción, lo que implica “el bien mayor” y los irremediables costos que se pagan con cada decisión. “Nadie piensa que es el malo” afirma en un momento el personaje de Meloni, evidenciando que algunas linealidades tranquilizadoras son en verdad insostenibles.
A pesar de su flojo cierre y unas cuantas sentencias un tanto redundantes, El gran golpe consigue sostenerse a partir de sus ambigüedades y los grises que tiñen su historia, que son una expresión de los riesgos que toma.