El gran hotel Budapest

Crítica de Alan Echeverría - Cinéfilo Club

El elegante y extraño mundo de Wes

Aires distintos se perciben cada vez que Wes Anderson lanza un nuevo producto. También emerge la ansiedad por observar aquello que nos vaya a enseñar, gracias a ese universo sutil, refinado, excéntrico e irónico que suele crear el director de Moonrise Kingdom y con el cual ha acaparado la atención y la admiración de quienes se proclaman como sus seguidores. Es fácil disfrutar de proyecciones de este tipo, en donde cada imagen se halla embelesada por la mano del realizador oriundo de Houston de modo tal que el espectador sólo se deje llevar por la estética y por una manera sabrosa y distinguida de narrar las situaciones.
La película se desempeña (si bien recurre a giros temporales) la mayor parte del relato en los años 30, interiorizándonos en la vida de Gustave H. (Ralph Fieness), un reconocido conserje de un afamado hotel europeo, quien entabla una amistosa relación, prácticamente de hermandad, con el joven Zero Moustafa (Tony Revolori), el “botones” del establecimiento. Gustave parece ser el heredero de una pintura de un valor inconmensurable, motivo por el cual nacen las disputas de los miembros de toda una familia por recuperar tamaño cuadro.
El gran hotel Budapest es acreedor de un reparto glorioso, digno de ser envidiado por cualquier producción. Durante hora y media aproximada de metraje se agradece la participación de, además de los mencionados protagonistas, Bill Murray (actor cliché de Wes), Jude Law, Willem Dafoe, Edward Norton, Jeff Goldblum, Adrien Brody y hasta el propio Harvey Keitel, entre otros. Vale destacar el rol que ocupa Revolori secundando atinada y lealmente a Fiennes tanto desde su labor interpretativa como en la crónica que se describe en la ficción.
El film está plagado de loas hacia el sentido visual del público; todo se encuentra impregnado de una ambientación colorida, atractiva y preciosista. Técnicamente sublime, Anderson se vale de su apelación a travellings (idóneamente utilizados) para exponer en pantalla circunstancias propicias de géneros diversos. El guionista-director recorre caminos valiéndose de ese humor que tan bien maneja a través del sarcasmo, así como también se da el gusto de incurrir en lo aventurero, en lo romántico hasta práctica y levemente rozar tintes de thriller. Lógicamente, con su peculiar sello, con ese tono que oscila entre lo inocente y lo satírico.
Es cierto que la trama no se luce por su originalidad, pero sí resulta acertado indicar que Wes Anderson se caracteriza y se especializa por ser un eximio narrador de historias. Y de eso se trata, este es el punto por el cual El gran hotel Budapest, como toda cinta engendrada por el creador de Rushmore, adquiere plenitud. El cómo contarlo poniendo todas las cartas sobre la mesa, con montajes ágiles, movimientos de cámara veloces más una presentación y un desarrollo adecuado de los personajes acaba fusionándose con la totalidad de los componentes que tienen espacio en la obra dejando sumamente satisfecho al observador.

LO MEJOR: la manera que emplea Anderson para contar la historia, como de costumbre. El tono que emplea. Su humor. Fiennes y Revolori, los más destacados. El reparto en general. Sublime desde lo técnico y lo estético.
LO PEOR: no invita a trascender más allá de pasar un gran momento de disfrute por su belleza visual.
PUNTAJE: 8