El Talentoso Mr. Gustave
El gran hotel Budapest (The Grand Budapest Hotel, 2014), la nueva comedia de Wes Anderson, narra la historia del conserje del Hotel Budapest, M. Gustave (Ralph Fiennes), y su preciado botones Zero Moustafa (Tony Revolori). La historia es recontada por un anciano Moustafa (F. Murray Abraham) a un “Joven Escritor” (Jude Law), quien a su vez recuenta la historia a la audiencia como un anciano “Autor” (Tom Wilkinson), quien a su vez existe en el presente como un busto en un cementerio, donde una silenciosa niña le rinde homenaje.
La premisa suena engorrosa, pero a la larga logra su acometido: distanciar al espectador del relato y poner énfasis sobre su construcción con tal de cultivar el verosímil del realismo mágico. La historia no sólo ocurre en el país ficticio de Zubrowka, ocurre en un mundo totalmente ficticio, una Europa Oriental atrapada entre la frivolidad victoriana y la víspera de una misteriosa hegemonía fascista. Es la Europa fantástica de varias películas de Hayao Miyazaki.
Ralph Fiennes no es un actor al que se lo asocie usualmente con la comedia, y aquí tiene la difícil tarea de ser particularmente gracioso en un mundo poblado por gente excéntrica. Y lo logra. Su personaje es el arquetípico héroe de Wes Anderson, ceremonioso y con pretensiones de dignidad, aptitudes hilarantes ante la adversidad y cuando se las contrasta con la humillación. Para M. Gustave cualquier momento es una buena oportunidad para filosofar o recitar poesía. Y uno de sus mayores placeres en la vida es cortejar a las ancianas madamas que se alojan en el Budapest.
Ocurre que una de esas madamas (Tilda Swinton, irreconocible bajo un pastel de maquillaje) es envenenada, y la sospecha cae sobre M. Gustave, que se ha convertido en el heredero es una invaluable pintura al óleo llamada “Niño con manzana”. De ahí en adelante la trama cobra forma y sigue a Gustave y a su leal pupilo Zero en sus andanzas mientras huyen de la policía, la prisión, el malvado hijo de la madama (Adrien Brody) y su matón personal (Willem Dafoe). La película es juguetona y está tan comprometida a su trama como una película de los hermanos Marx, con Fiennes en el papel de un desafortunado Groucho.
“Juguetona” podría describir a toda la película. La cinematografía recuerda a un diorama. El diseño de producción es bello, suntuoso y meticulosamente construido. Las composiciones poseen escasa profundidad de campo y la acción ocurre en dos dimensiones, como si fuera una caricatura. De acuerdo al estilo de Anderson – ámenlo u ódienlo – la cámara es la que está a cargo de contar los chistes. Los planos son frontales y presentan la acción con parsimonia, dejando macerar el absurdo de cada puesta en escena.
La híper estilización de la película, sumada a su extraño marco narrativo, amenaza con enajenar al espectador. Polarizará a las audiencias entre aquellos que aman el espíritu lúdico del cine de Wes Anderson y aquellos que añoran un elemento más humano en la historia. Ninguna de sus películas se ha vuelto a comprometer con sus personajes y sus conflictos internos como Rushmore (1998). El gran hotel Budapest no viene a cambiar eso, pero está hecha con picardía y posee un indiscutible encanto artesanal.