La simpleza y complejidad de un estilo personal
El cine de Wes Anderson me resulta casi hipnótico. La estética y los planos que ejecuta en sus distintos trabajos son apreciables desde todo punto de vista, y se suman a sus adorables freaks que suelen protagonizar o estar en un segundo plano de sus películas. En el Gran Hotel Budapest no solo se destaca eso, sino que suma una historia universal con reminiscencias a otra época un poco más turbulenta del mundo, donde la expansión globalizadora estaba en un auge que derivó en guerras absurdas y luchas egoístas.
Anderson toma un universo muy rico, abordado de forma excelente, pero que me queda en un seguidísimo plano al incorporarme como espectador en su propia percepción. Eso a mi criterio es lo mejor de la película, retrata la irracionalidad de una época y de los codiciosos hijos de millonarios a su estilo. A través de detalles como el vestuario, de actitudes exageradas, del mismo argumento, no genera el odio ni siquiera “querible” que últimamente se vio en ciertos malvados del cine actual, lease el “Guason” de Heath Ledger, o porque no, el Jim Moriarty de Andrew Scott de la serie Sherlock de la BBC.
Vuelve un poco a las bases donde el malo es malo y punto. El asesino persecutor interpretado por Willem Dafoe, todo vestido de negro, con cara de malo, despiadado, lo mismo con los hijos de Madame D. No se los dramatiza, no se los intenta humanizar, ni comprender, están y son la contracara de Gustave y Zero. Punto. Pero ojo, su riqueza está en el universo del cual forman parte y no este factor en sí mismo.
Por eso, la maldad está en un criterio diferente pero donde innova absolutamente en nada. Convierte lo simple en bello. De la misma forma me pasa con una historia, que si fuera tratada por otro director u otro tipo de cine, sería narrada con una tensión y un desarrollo muchísimo más dramático. Anderson decide desesperarnos de otra forma, como en el momento de la fuga carcelaria cuando Gustave (Ralph Fiennes) le reprocha a Zero Moustafa (Tony Revolori) no haberle llevado el perfume a la salida.
La tensión forma parte del relato, pero en un segundo plano, y se permite en medio de esas escenas meter una pequeña pizca para descomprimir la situación, muy bien colocada, porque en otro tipo de clima quizás no quedaría bien.
La historia es muy rica, pero no es nueva. Tiene elementos de thriller, de policial, de acción, persecución, pero nuevamente, quedan incorporados a su universo y son llevados con una originalidad personal. Lo mismo ocurre con la comedia o la estética, pero esto suele ser más habitual en las películas de Anderson. Lo diferente es la forma de abordar un relato que entrecruza géneros en una percepción distinta.
En definitiva es una película para disfrutar, que se puede pensar más allá de lo que ofrece, pero principalmente se trata de lo primero.