Había una vez en Zubrowka
Wes Anderson emplea poco más de una hora y media de proyección para contar un cuento con todas las de la ley. El director aplica sus mejores esfuerzos a la tarea de narrar y se apoya fundamentalmente en los aspectos formales para llegar de lleno a la sensibilidad del espectador. El dato no puede sorprender, ya que la filmografía del realizador mantiene una admirable coherencia en este sentido, sin embargo, la producción propone una (agradable) sorpresa en cada uno de los planos, diseñados con el máximo cuidado desde la puesta de cámaras y la paleta de colores. Las escenografías son perfectas y la cámara las explota hasta en el detalle más elemental; aún el aspecto de la pantalla (en muchas escenas, casi cuadrada, como en aquellas antiguas películas anteriores al CinemaScope) guarda coherencia con el sentido del relato, que salta hacia atrás en el tiempo a medida que avanza la descripción de los hechos.
La acción se centra casi exclusivamente en el interior del Hotel Budapest que le da el título a la película. Ubicado en las montañas de la imaginaria Zubrowka, el impresionante edificio es el reino en el que impera el inefable M. Gustave, un conserje escapado de otras épocas. A este hotel se incorpora un joven botones, que será tomado como discípulo por el conserje y, décadas después, será quien revele el desarrollo de los acontecimientos a la ávida atención de un escritor. Los hechos ocurren en la entreguerra de la primera mitad del siglo pasado, en una Europa del Este que Anderson eligió como escenario para evocar toda una etapa del cine clásico, y se estructuran como una comedia negra con frecuentes remates humorísticos que atrapa decididamente la atención del espectador.
Ralph Fiennes y el joven Tony Revolori tienen a su cargo los personajes centrales, y los resuelven con elegancia, sobriedad y una buena dosis de humor, a tono con el sentido general del filme. Alrededor de ellos aparece una impresionante galería de personajes a cargo de primerísimas figuras de la pantalla: cada uno de estos intérpretes se las arregla para explotar al máximo las originales aristas del personaje que le tocó, a pesar de lo breve que resultan algunas de estas participaciones estelares.
Lo que queda claro es que todo está puesto al servicio de la narración que comanda sin vacilaciones Wes Anderson, quien imprime su personalísimo sello a cada una de las escenas que componen este cuento para adultos vertido con exquisito gusto en la pantalla.