Desde Rushmore (1998), cada nuevo film de Wes Anderson es una construcción más detallada del mundo que él imagina. De todas sus películas a la fecha, “El Gran Hotel Budapest” es la más organizada, de hecho, quizá sea la única con una trama discernible. Pero eso no hace de este film un trabajo más convencional, sino, al contrario, la más excéntrica y coordinada danza Andersionana.
La película es una caja de historias dentro de historias. Comienza en tiempo presente, con una joven que lee un libro junto al monumento de un ya fallecido escritor, a quien conoceremos como “El autor” (Tom Wilkinson). El libro es la crónica de la estadía del escritor en El Gran Hotel Budapest en los años ’60 situado en la imaginaria República de Zubrowka, donde conoce al corriente dueño del hotel, Zero Moustafa (F. Murray Abraham), que le cuenta la historia de cómo llego a ser dueño del hotel, y esa a su vez es la historia de El Gran Hotel Budapest en el año 1932, su época de gloria, cuando Zero solo era un joven botones del hotel que tenia por maestro y guía a M. Gustave H. (Ralph Fiennes), el conserje y alma del hotel.
Gustave es un refinado caballero europeo que hace uso libre de su perfume y tiene una debilidad por las señoras mayores adineradas de pelo rubio. Desde donde nosotros conocemos la historia, su ultima amante fue la señora Madame D. (Tilda Swinton), que se despide de él en el hotel con aires de para siempre. Efectivamente, al otro día Gustave se entera por los diarios que Madame D. fue asesinada, cuestión que lo mueve a realizar un viaje en el día para llegar a su velatorio. En la lectura del testamento, se revela que su amante le dejo a Gustave el cuadro “Niño con manzana”, de valor incalculable, gesto al que la familia de Madame D. va a responder con resentimiento, intentando impedir el deseo de la fallecida al acusar a Gustave como el homicida.
El film está inspirado en la descripción de la Europa de los años ’30 que Wes Anderson encontró en los trabajos del escritor austriaco Stefan Zweig. Así como François Truffaut hacía películas de los libros que amaba, el espíritu de casi todas las películas de Wes Anderson tiene un referente de la cultura: lo es J.D. Salinger para “Bottle Rocket”, Jacques Cousteau para “La vida acuática con Steve Zizzou” y Satyajit Ray para “Viaje a Darjeeling”. De ellos en algunas ocasiones utiliza modelos que sirven directamente a la creación de sus personajes, para el diseño de un encuadre o hasta de una escena. Así, más que basarse en sus trabajos, Anderson los evoca con la fascinación de una memoria que reconstruye sus primeras impresiones.
En “El Gran Hotel Budapest” las referencias cinematográficas son en mayor parte sobre el cine de los años ’30 y ’40, haciendo del corazón de la película la confluencia de dos géneros cinematográficos que en el fondo guardan mas ansiedades de las que aparentan: la Comedia de Enredos y el Thriller en la época de guerra. Desde Alfred Hitchcock (“The Lady Vanishes”, “Los 39 escalones”), empezando por el viejo recurso del MacGuffin[1] que es el cuadro “Niño con manzana”, y Carol Reed (“Night train to Munich”, “The Third Man”) también del género del Thriller, hasta la Comedia de Ernst Lubitsch, Wes Anderson altera los géneros desde sus propias bases hasta que estos se ensamblan en un mismo registro: el carácter persecutorio en tiempos de la guerra es al Thriller lo que los catastróficos intentos para resolver un conflicto son a la Comedia de Enredos, mientras que la Historia termina por ser el MacGuffin en la creación de estos géneros.
Parece ser que con la distancia del tiempo, la esencia de estas fotografías clásicas de los años ’30 se funde en la siempre nostálgica estilización Andersoniana, como proyectándose directamente desde una parte del imaginario del espectador. Asi se sucede el uso de la cámara lenta, los travellings laterales, la velocidad en la edición, los primeros planos, la forma en que se guardan los momentos para el soundtrack y otros fragmentos del lenguaje cinematográfico a los que hace valer por sí mismos. Como en el cine de Tarantino, las películas de Wes Anderson –aun así con la estética personal del autor- guardan su verosimilitud con el mundo del cine y no con el mundo real.
La filmografía de Wes Anderson esta tan determinada por sus temas recurrentes (la gloria perdida, la familia, la lealtad, seguido de traiciones, crímenes y diversas conductas autodestructivas, todas ellas contrastadas por, y a veces a cambio de, las apariencias), como por sus talentosos y constantes colaboradores: Adrien Brody, Edward Norton, Tilda Swinton, Owen Wilson, Bill Murray, Jason Schwartzman, Jeff Goldblum, Harvey Keitel, Willem Defoe, su director de fotografía Robert Yeoman y la música de Alexandre Desplat. Las nuevas incorporaciones son Ralph Fiennes – que tiene el timming perfecto para la comedia verbal y física en clave Anderson-, Jude Law, Tom Wilkinson, Matthew Almaric, F. Murray Abraham, Saoirse Ronan y Tony Revolori.
En “El Gran Hotel Budapest” se puede ver a través de Gustave H. a la quintaesencia de un personaje en el mundo de Wes Anderson. El representa todo lo obsceno, grotesco y desproporcionado que puede resultar de mantener las apariencias en determinadas circunstancias. Porque en el fondo, todos estos personajes, detrás de sus grandes planes, que son las proyecciones de las ideas que tienen sobre sí mismos exteriorizadas en un tejido de mentiras y trucos, saben que el mundo, en esencia, no se modifica. Los problemas interiores, las historias personales, nunca se resuelven. Pero para todo aquello que no pueden cambiar encuentran una nueva envoltura para presentarlo, y esto, entre otras cosas, es lo que ellos solo pueden llamar: ser civilizados.
[1] El “MacGuffin” es un elemento narrativo popularizado por Afred Hitchcock que se refiere a una meta o un a objeto del deseo que el protagonista persigue pero que finalmente termina no afectando a la trama general o significado de la historia, a veces hasta es olvidado para el final. Es común en los Thrillers: “en las historias de ladrones es casi siempre el collar y en las de espías son los papeles”, Hitchcock.