Suspenso con estilo
Es fácil imaginarse a Wes Anderson entre maquetas, pequeños teatros de títeres, barcos a escala y casas en un árbol, cosas que recreó en casi todas sus películas. Su premisa es que el mundo puede entrar en un pequeño recorte de la cotidianidad. Esos mundos en miniatura se pueden ver no sólo en su último filme, "El Gran Hotel Budapest", sino también en "Vida acuática", "El fantástico señor Fox" o "Un reino bajo la luna".
La quintaesencia de ese estilo de entomólogo es "Castello Cavalcanti", un corto que se puede ver en YouTube donde siembra la ansiedad por saber qué será de esos personajes que sólo tienen un cameo de segundos. Sus elencos parecen los de las viejas compañías de teatro, donde se repiten con gracia y talento los mismos nombres. Y "El Gran Hotel Budapest", una ingeniosa historia llena de intrigas, humor y acción, no es la excepción con Raph Fiennes a la cabeza, seguido por un debutante Tony Revolori que se saca chispas con el actor inglés. Los acompañanr viejos conocidos como Adrien Brody, Willem Dafoe, Harvey Keitel, Bill Murray, Edward Norton y Jason Schwartzman.
Al ingenio de la trama, Anderson le suma el ambiente de un fastuoso hotel de montaña de entreguerras, refugio de la aristocracia de un país europeo inventado, donde se desarrolla un historia entre criminal y paródica. Anderson, lejos de querer crear la ilusión de verosimilitud, hace entrañables a esos paisajes montañosos y nevados, a los que solo se accede por funicular, y que, en su gran mayoría, son claramente una maqueta. La actitud lúdica del director envuelve la guerra que se avecina, y su humor sin estridencias describe la nostalgia y predilección del director por los universos frágiles, perdidos o a punto de desaparecer.