Bello film sobre tiempos más inocentes y sufridos
“El gran pequeño” es un film doblemente singular: es una buena fábula para chicos y grandes y, aunque su historia, el idioma y los intérpretes hacen pensar que es una película norteamericana, en realidad es
He aquí una película doblemente singular. Primero, porque se trata de una buena fábula para niños y grandes, con moraleja de trasfondo católico como hace mucho que no vemos en el cine norteamericano. También espíritu de tolerancia y evocación entre crítica y nostálgica de otros tiempos más inocentes y sufridos, como se recuerda ahora la vida en EE.UU. cuando sus hijos fueron a combatir en la II Guerra Mundial.
Acá, la historia transcurre en un pueblo de la costa californiana. El hombre de la casa debe ir al frente y eso altera al hijo mayor y angustia al menor, que es muy bajito y acomplejado. Los demás niños lo toman de punto, le dicen Little Boy. Lo que sigue incluye la visita de un ilusionista, la fascinación por la magia, la práctica empeñosa de la telekinesis para traer al padre de vuelta a casa, la insistencia del médico del pueblo para levantarse a la madre del chico, las historietas, la matiné, el odio de un borracho cuyo hijo murió a manos de los japoneses, la dura existencia de un inmigrante japonés en el pueblo, la mentalidad colectiva, también la inocencia.
Por ahí un cura le explica cómo funciona eso de la fe. Y le encaja hábilmente la obligación de cumplir las Siete Obras Corporales de Misericordia que figuran en el catecismo: dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, visitar a los presos, etc. Para que se entretenga. Encima le encaja otra acción caritativa todavía más difícil: hacerse amigo del japonés. Para que entienda.
Por ahí va la trama, y así vamos llegando a la moraleja. Con una ironía terrible: Little Boy le decían a la primera bomba atómica. Y una ironía de novela, relacionada con la Séptima Obra, que sirve para crear expectativa, provocar algunas lágrimas inútiles, y creer en los finales felices.
En ciertos aspectos, "El gran pequeño" resulta pariente lejano de "Baby Blue Marine" (John Hancock, 1976), que acá se conoció como "Inocencia perdida":misma época, un protagonista asustado que cree cambiar algo, un pueblo chico de gente buena, pero patriotera y prejuiciosa, y un japonés americano (o más de uno). También, la apelación al mundo del dibujante Norman Rockwell, que acá se extiende a todo el pueblo, sus casas, los rostros de sus habitantes y la mente del niño. Las referencias son otras, cuando el chico descubre una versión oriental de David y Goliath.
Y ahora, la segunda razón de por qué ésta es una película singular. Quien atienda la historia, el idioma y los intérpretes (de Emily Watson para abajo, o de Jakob Salvati para arriba) dará por sentado que ésta es una película norteamericana. Quien se fije en el director, Alejandro Monteverde, el coguionista, Pepe Portillo,los productores, como Eduardo Verástegui, el director de arte, Bernardo Trujillo, casi todo el equipo técnico, y el estudio de filmación, descubrirá que es una película casi mexicana. Con sede legal en Los Angeles, eso sí. Increíble, pero cierto. Digamos, un milagro de los tiempos actuales.