¿Qué tipo de fe mueve montañas?
El relato, ambientado en un pueblo pequeño de los EE.UU durante la segunda guerra mundial, nos presenta la vida de Pepper, un niño que padece la agresión y el aislamiento de los otros niños debido a su escasa estatura. En medio de ese contexto hostil, Pepper es contenido emocionalmente por su padre James, principal referente y único amigo. Ambos son fanáticos del Ben Eagle, un personaje de comic, estrambótico mago que junto a un improbable indígena norteamericano resuelven todo tipo de crímenes y sortean un sinfín de aventuras. Lamentablemente, el idilio entre Pepper y su padre queda truncado cuando el progenitor debe ir a la guerra. Un hecho fortuito hará que Pepper se convenza de que tiene poderes mágicos, como su ídolo Ben Eagle, e intentará por medio de estos poderes hacer retornar a su padre al hogar. Este convencimiento lo llevará a entrar en relación con el cura del pueblo, quien intentará convencerlo de que esa magia no es real, pero que la fe mueve montañas y le entrega una “lista ancestral” que se supone torna poderosa a la fe. A esa lista, el sacerdote le agrega un ítem: ser amigo de Hashimoto, un japonés que vive en su pueblo, a quien él mismo y su hermano han agredido. La relación con Hashimoto cambiará radicalmente la vida del niño y del propio Hashimoto.
La película presenta una escena muy interesante -con la que quisiera comenzar este análisis-, porque representa el núcleo sustantivo del argumento: sentados Pepper y el cura, el niño afirma que él tiene poderes y puede mover botellas con su mente. El cura toma una botella, la coloca delante del niño y le pide que la mueva. El niño fracasa en el intento y el sacerdote insiste nuevamente en que trate de moverla, pero que haga más fuerza. Pepper vuelve a intentarlo pero la botella no se mueve. El cura insiste por tercera vez, pero esta vez toma él mismo la botella con su mano y la desplaza hacia donde está Pepper. Entonces le dice: “vos tuviste tanta fe en que podías mover la botella, que me movilizaste a mí a moverla.”
Esta escena es muy interesante porque contrariamente a la imagen estereotipada con que podemos acercarnos al personaje del sacerdote -sujeto que cree en milagros inexplicables, y que todo hecho presuntamente mágico es un signo de la magnificencia de Dios y de sus milagros-, el cura es un escéptico, no cree en esa magia individual, vinculada con la hechicería si se quiere, sino en una fuerza motivadora que sí es capaz de obrar cosas grandes: la fe. Pero esta fe no es sólo una vivencia íntima del hombre religioso, sino una actitud hacia los otros; la fe funciona por la manera en que modifica nuestras relaciones con los otros y con el medio social en el que vivimos. La fe moviliza a otros cuando nosotros nos movemos. Ese es el secreto de la “lista ancestral”, que al modo de las 12 pruebas de Heracles, Pepper tendrá voluntad de cumplir para fortalecer su magia.
Es especialmente interesante la relación que Pepper debe cultivar con Hashimoto, pues ambos personajes, a pesar de sus evidentes diferencias superficiales, presentan algunas cualidades que los hacen idénticos: ambos padecen agresiones y burlas constantes de la comunidad en la que viven, ambos son incapaces de defenderse y asumen una posición sumisa y pasiva frente a los ataques, ambos están aislados, y ambos han debido separarse de familiares queridos, etc. En este sentido, podríamos decir que Pepper y Hashimoto pueden resolver sus situaciones cuando cada uno se hace cargo del problema del otro. Esto es lo que podríamos denominar “vínculo terapéutico, es decir esa forma de relación en la que los individuos pueden resolver una situación que ninguno podría resolver por separado, pues si bien no dependen uno del otro, dependen de la relación que han construido.
Una de las cualidades de este film, esencialmente un producto para niños -y no tan pequeños- es que evita hasta donde le es posible caer en los estereotipos, y en la demonización de esos otros que se han llevado al padre de Pepper, en este caso de los japoneses. La humanización de Hashimoto, y el hecho ostensible de que el mal somos nosotros cuando dejamos de vernos en el otro, está presente en todo el film.
Cabe mencionar como curiosidad, siendo que es un producto para niños, el tono especialmente melodramático -casi dickensiano- que el relato ostenta; no es un film divertido, no es hilarante, y no pretende serlo. Mi hijo de 7 años al salir de la función me obsequió la mejor definición que puedo darles de esta película: “me gustó mucho, pero me dio un poco de pena”.