Hopkins a la carta
En 1983 el empresario Alfred Henry Heineken, dueño de la famosa cervecera que lleva su apellido, fue secuestrado junto a su chofer en Amsterdam y por su liberación se pagaron 10 millones de dólares -la suma fue considerada el rescate más oneroso hasta esa fecha, pero hay que decir que en la Argentina por Jorge y Juan Born se desembolsaron 60 millones-. Pero, más allá de las imprecisiones, lo curioso del caso es que el grupo que llevó a cabo el golpe estaba compuesto por un puñado de trabajadores que había intentado pedir un préstamo bancario para sostener un negocio y que luego de fracasar, decidió embarcarse en esa aventura.
Ahora bien, la historia real tiene todos los componentes para que cualquier director la lleve al cine y el sueco Daniel Alfredson (responsable de la trilogía Millenium del escritor Stieg Larsson) se decidió por un policial clásico, centrado en la relación entre Cor Van Hout (Jim Sturgess) y Willem Holleeder (Sam Worthington), en desacuerdo en casi todo durante buena parte de hecho -sobre todo cuando el dinero tardaba en llegar- y que a medida que avanza el relato, cada vez más conscientes que la tarea les queda grande por la dimensión que tomó el caso y sobre todo por Mr. Heineken (Anthony Hopkins), el magnate que lejos de asustarse, se muestra condescendiente con el grupo, les hace notar su amateurismo, opera con astucia y hasta se da el lujo de sugerir menús sofisticados, como para dar cuenta de que está entero y dispuesto a hacer sentir su poder aun en cautiverio.
Es cierto que Hopkins no hace demasiado para agregar algo más a lo que se espera de él en un papel a su medida, sin embargo, esa suficiencia le aporta aire a un relato que no logra encontrar el tono narrativo que exige el género.
Si la historia se centra en las idas y vueltas de los captores, las dudas y el aprendizaje sobre la marcha de una tarea para la cual no están preparados, la resolución de estos problemas -conseguir armas, dinero en efectivo para sostener el operativo- tiene un desarrollo apresurado; si el carácter de los protagonistas y sus historias personales definen su accionar, los perfiles no terminan de dibujarse por completo y hay demasiados casilleros para rellenar por el espectador. Queda la relación entre el grupo y el señor de los negocios, y ahí sí, aunque el elenco hace lo suyo y bien, Hopkins juega en otra liga, despliega un arsenal de recursos y la película tiene otro vuelo que podría haber abarcado toda su extensión, pero por vacilaciones de la puesta, se pierde en el total.