El sabor del secuestro
Advertencia: Esta crítica contiene algunos spoilers.
Daniel Alfredson sale de Suecia, luego de filmar las dos últimas Millenium, y debuta con un film hablado en inglés, El Gran Secuestro de Mr. Heineken (Kidnapping Mr. Heineken), basado en la historia real de la abducción de Alfred Heineken.
Un grupo de amigos recién salidos de prisión, cansados de tanta negativa de los bancos para otorgarles un crédito, deciden emprender la riesgosa misión de secuestrar al magnate de la cerveza. La onda es que los muchachos consiguen apropiarse del Sr. Heineken, pero las demoras en el pago del rescate comienzan a fraccionarlos. Finalmente, cuando el desembolso de la liberación se hace efectivo, todos parten hacia distintos rumbos, aunque terminan cayendo más temprano que tarde en el mismo destino: la cárcel.
El secuestro de Heineken (interpretado por Anthony Hopkins) tiene grandes condimentos que lo hacen único. Primero, la suma pagada por el rescate fue una cifra tremendamente extraordinaria para la época: alrededor de 16 millones de Euros. Después, el hecho de que el secuestro lo hayan efectuado un grupo de amigos y familiares con poca experiencia en golpes de esta envergadura resulta, al menos, un dato llamativo. Y, por último, se destaca que las figuras de Cor Van Hout (Jim Sturgess) y Willem Holleeder (Sam Worthington), cuñados y capos de la banda, hayan sido los encargados de encabezar el crimen organizado en Holanda luego de su liberación. En 2011, se hizo otra película (De Heineken Ontvoering) sobre este suceso, en la que Rutger Hauer encarnaba a Alfred Heineken. Lamentablemente, el film de Daniel Alfredson no explota en absoluto los grosos atenuantes que sí estaban en la anterior, dando como resultado un bodoque cargado de vértigo y carente de empatía.
No hay en El Gran Secuestro de Mr. Heineken una sola historia individual medianamente desarrollada.
El Gran Secuestro de Mr. Heineken no presenta ningún valor cinematográfico que lo haga interesante. Alfredson no encuentra jamás el ritmo narrativo para su película. Todo el tiempo va corriendo de un lado para el otro sin bucear en las profundidades de sus personajes o de la rica trama que tenía. No hay en El Gran Secuestro de Mr. Heineken una sola historia individual medianamente desarrollada como para que el espectador sienta un mínimo de empatía tanto por la banda como por Heineken. Sí hay algunos intentos de profundizar ciertas cosas pero no llegan a ningún lado. En un momento determinado, se empieza a abordar con sutileza la manipulación psicológica del secuestrado hacia los perpetradores pero, cuando la idea empieza a tomar forma, Alfredson la deja de lado rápidamente para pasar a contar el desenlace del secuestro y el futuro de la banda.
La trama policial brilla por su total ausencia. En ningún pasaje, a excepción del final, se aclara cómo carajo llegaron las fuerzas de seguridad a encontrar el escondite y a atrapar a la banda de malvivientes. No hay una evolución narrativa en ese aspecto. De repente, aparece la policía, se acabó la joda para los pibes y se efectúa la liberación. Esto termina ocasionando, más por tratarse de una historia real bastante conocida, que no exista la más mínima sensación de peligro, ya sea desde el lado del grupo de secuestradores o del propio Heineken. Y, si no hay peligro, no hay tensión, y sin tensión es imposible conseguir que la atención no se diluya.
El Gran Secuestro de Mr. Heineken tenía un relativo buen cast (que bajo una dirección más acertada hubiese mejorado bastante), una historia atrapante y un interesante director para llevarla adelante. Lamentablemente, las impericias narrativas de Daniel Alfredson terminaron por pergeñar una película que flota en el olvido y que termina dejando sabor a poco sobre uno de los secuestros más importante de la historia.