Primero una afirmación categórica: El gran showman no es la nueva Moulin Rouge (2001) ni se le aproxima.
Hago esta aclaración porque se trata de un rumor que se viene escuchando y leyendo hace meses.
Entiendo las posibles comparaciones por una cuestión estética, pero muy poco. Lo de Baz Luhrmann sigue siendo incomparable.
Ahora bien, el estreno que nos ocupa en este momento tiene sus méritos, pero acotados. No innova ni descubre nada pero todos sus elementos están bien.
Primero y principal las canciones son realmente buenas y eso en un musical es lo más importante.
Aquí no sorprende porque los responsables son los últimos ganadores del Oscar (por La La Land, 2016) Benj Pasek y Justin Paul.
Asimismo, el protagonista es Hugh Jackman y esta película está hecha a su medida para que pueda desplegar todas sus dotes.
Decir que es un actor fantástico ya resulta redundante a esta altura pero no queda otra más que volver a elogiarlo en cada plano.
Tanta es su carisma que opaca al resto del elenco. Incluso a un muy buen ladero como Zack Efron y la genial Michelle Williams.
El director Michael Gracey entra por la puerta grande con esta ópera prima pero no llega a impresionar. Y ahí se encuentra la falla principal de la película y motivo por el cual no cumple con las expectativas: no sorprende pese a la buena música y su gran protagonista.
La puesta en escena es algo exagerada en algunos momentos y en secuencias en donde no tendría que serlo.
Aún así, su gran falencia es la falta de impacto emocional. Porque por más interesante que sea la historia (real) de P. T. Barnun, responsable del inicio del showbusiness, no llega a calar hondo en el espectador. No emociona y no dan ganas de volver a ver el film.
O sea, nos encontramos ante un musical bastante bueno pero que no trascenderá ni será recordado luego de su visionado.
En definitiva, El gran showman es una película que se disfruta en una sala de cine por sus buenas canciones y la potencia del actor principal pero no más que eso.