Entre el galán y el elegante mentiroso
Héctor René Lavandera es un hombre común que algunas veces se enfurece cuando atiende su teléfono y comprueba una vez más que alguien confundió su número con el de una remisería. Pero por lo general, cuando se reitera el error, adopta una socarrona resignación filosófica, propia de René Lavand, un hombre extraordinario que tuvo que superar un accidente en su infancia, cuando perdió su mano izquierda, para convertirse en uno de los prestidigitadores más importantes del mundo, un oficio en retroceso pero al que está ligado para siempre.
Sin embargo, la película de Néstor Frenkel (Amateur, Construcción de una ciudad, Buscando a Reynols) está bien lejos de convertirse en un documento sobre el hombre que enfrentó la adversidad, que se hizo solo porque "no había a quién copiar". Por el contrario, el relato está construido a partir de la seducción, el magnetismo de Lavand, una rara mezcla de eterno galán, filósofo de barrio, elegante manipulador, y por sobre todas las cosas, un adorable mentiroso.
Lo que hace Frenkel ante tamaño personaje es arroparlo con sus mejores galas, una puesta al servicio del artista en su medio –una hermosa cabaña en Tandil atiborrada de objetos, recuerdos, un increíble archivo con sus presentaciones y claro, "el laboratorio", un impecable paño verde–, que lo alienta a que recite unos versos que funcionan como recursos distractivos para que las ilusiones lleguen a buen puerto y que despliegue su humor frente a casi todo, incluso frente a una doctora que confirma el diagnóstico sobre la artritis, que avanza irremediablemente.
El resultado es que el histrionismo del personaje no llega nunca a agobiar, cada minuto del film sólo hace que la curiosidad por el protagonista se potencie y la película, elegante como el objeto de su interés, también se reserve un espacio para reflexionar sobre un oficio perdido frente a los actuales showman de la "magia", sobre una época perdida y sobre las marcas del paso del tiempo en un hombre extraordinario.