Apropiado marco fílmico para presentar a un singular hombre-espectáculo
Ya no sorprende ver un gran documental si Néstor Frenkel comienza a hacerse preguntas con la cámara. Desde aquel lejano 2004, cuando presentó “Buscando a Reynols”, luego con “Construcción de una ciudad” (2007), en la cual tomándose de la construcción de una represa se metía en el alma misma de una comunidad y su lucha por no perder el sentido de la pertenencia, y con la excelente “Amateur” (2011), que ahondaba con mucho humor en los comienzos del uso del formato super 8 como forma de hogareña de hacer cine.
Muchos de los que vimos en televisión a René Lavand en aquellos programas ómnibus, o como invitado ocasional de varios conductores, pudimos experimentar el ser cautivados por dos o tres enigmas o curiosidades vistas y escuchadas con ojos y oídos de niño: La del hombre con un solo brazo en la tele, la magia hecha con naipes y lo mejor de todo, las historias que se construían detrás del truco.
La voz de René con su rico vocabulario hablando de personajes que entraban en castillos, se iban de viaje, mujeres que se enamoraban, etc. etc, y luego aparecían cuatro reyes, un as escondido, o algún cuatro de diamantes, que salvaba a todos de algún crimen. Magia por todos los costados.
Néstor Frenkel toma las aristas principales de este hombre-espectáculo y registra con el aplomo de siempre todo aquello que conforma el universo de un artista. Desde su casa y sus seres queridos a la oficina de donde salen nuevas creaciones a fuerza de pura concentración. Algo parecido a lo que vimos en el documental “Kartún” (2012). Así, logra iluminar todos los rincones del presente y del pasado. Del fenómeno y del recuerdo del mismo. Momentos de esplendor que se reflejan en la gloria y en el prestigio pero, sobre todo, el director logra sacar a la luz al hombre. Al ser humano detrás de todo eso. “El gran simulador” tiene elementos para construir una ficción a partir del apasionamiento que el realizador siente por el personaje y de todo lo que la dirección de arte deja al descubierto.
Como si estuviera pautado por el destino, la película va y viene del presente al pasado sin necesidad de introducciones repetitivas. Como si quisiera mostrar que el presente es la consecuencia de lo anterior.
La música, la dirección de arte, y un montaje paciente, hacen lo suyo para lograr los climas y el interés constante apoyados (otra vez en la filmografía del director) por un gran y maravilloso uso del material de archivo.
“El gran simulador” no se guarda nada a la hora de meterse en la intimidad de la estrella porque desde el principio Frenkel entiende que lo enigmático, lo cautivante, lo más interesante de todo, sigue siendo René Lavand sobre el escenario. Ese artista que una vez terminado el relato con truco, logra que todos nos preguntemos lo mismo, acompañados del gesto de admiración: ¿cómo lo hizo?