Mi mano izquierda
Qué bueno que a René Lavand -mezcla de genio artístico, bon vivant, tahúr despreocupado y simpático timador- no le interesen las explicaciones psicológicas ni la exégesis ni el ejercicio de la nostalgia. Qué bueno que Néstor Frenkel, director de El gran simulador, lo haya entendido: acá no se trataba de buscar a la persona detrás del personaje (perdón por el abominable lugar común) ni de descubrir los mecanismos de su magia ni de hacer una suerte de apología evocativa. Lavand no la necesita y, además, su vida -que transcurre en un presente continuo- ya no admite divisiones entre verdad y mentira. Frenkel, entonces, hizo lo mejor que podía hacer: puso el cine al servicio de Lavand; le sumó ilusionismo al ilusionismo.
La película, básicamente, retrata a Lavand en la intimidad de su hermosa casa/cabaña en Tandil, en medio de la naturaleza. Con el foco puesto en el vínculo con su esposa (que se encarga de mostrar excelente material de archivo) y en las “investigaciones” en su “laboratorio”. Laboratorio: nombre que le da Lavand al paño verde sobre el que despliega su infinito talento para la cartomagia, multiplicado por su histrionismo sutil, estilo dandy, y su talento narrativo.
Su mano izquierda de prestidigitador -la derecha la perdió en un accidente, a los 9 años-, con un anillo de oro en el meñique y una artrosis que avanza sin arrancarle excusas ni quejas, domestica y hace maravillas con un mazo de naipes en el que cabe su vida entera. En un momento, Frenkel le pregunta por la relación entre la tragedia infantil y el desarrollo de su don. Lavand contesta, con suficiencia, que no es psicólogo sino artista e ilusionista.
En otro pasaje, en un viejo programa de TV, Lavand muestra un mazo de cartas iguales. Parece a punto de revelar el secreto de su truco, palabra de la que rehusa, como rehusa de la palabra magia. Pero no. Se trata de una broma, seguida de arte ilusionista. Una vez más, caímos bajo el hechizo del elegante embaucador. Un hombre-leyenda que se construyó a sí mismo. Y que sabe que el misterio atrae más que la explicación: lógica que comparte esta película.