El Zurdo y sus palabras
A pequeña escala es hermoso y desafiante ver ante nuestros ojos, gracias a una cámara que sostiene el plano sin cambiar de ángulo para mostrar que el truco es auténtico, cómo la destreza manual de un hombre puede vencer la percepción. Los trucos son diversos y casi siempre se trata de naipes. El material de archivo con el que se abre el filme no miente: el ilusionista, ya en su juventud, fue un artista de lo efímero, y el secreto de su arte no está solamente en su zurda.
Como suele suceder con los documentales de Néstor Frenkel, un personaje cautivante (y en una de sus películas, una ciudad cautivante) es el motor de su interés. No hay duda de que René Lavand es una criatura de naturaleza cinematográfica, y en más de un sentido. Su modo de vestir califica para un policial negro; su búnker natural en las afueras de Tandil podría ser la cabaña de madera de una película de terror; la desgracia de haber perdido de niño una mano parece un artilugio de un guión fantástico, un plus enigmático en su arte. El famoso ilusionista, que ha viajado por todo el mundo, es de por sí un personaje de un filme incalificable.
Uno de los méritos ostensibles del filme es no ceder a la tentación psicologista. Poco sabemos del pasado de Lavand y sus motivaciones personales para hacer lo que hace y vivir como vive. Frenkel sustituye la psicología por un eficaz materialismo hogareño: es en la casa de Lavand donde se puede adivinar su historia y sus obsesiones. Por otra parte, al director le interesa Lavand como artista y aquello que, eventualmente, ha influido sobre su arte y su originalidad evidente.
Lavand hablará del vértice, un punto a donde ir y volver, y en su caso ese lugar es el rectángulo de la pequeña mesa en la que practica con sus cartas. El artista que habita en el tiempo libre de todos los que trabajan, como le dijo alguna vez Atahualpa Yupanqui, es en este caso un domador del azar.
Si las cartas suelen ser funcionales al juego, que discretamente reproduce el carácter inestable de un mundo librado al azar, el arte de Lavand consiste en inmiscuirse e imponer su voluntad. Y como la puesta en escena de sus trucos siempre viene acompañada de un relato, la gran ilusión pasa por creer que el mundo tiene un sentido. Magia doble: una zurda prodigiosa y un hechicero que sabe decir algo más que abracadabra.