Casi 20 años después de El Grinch (2000), primera película con actores reales basada en la creación de Dr. Seuss, la productora Illumination (Mi villano favorito) creyó oportuno revivir al malhumorado duende navideño de pelaje verde.
Pero esta vez en clave de animación colorida y exclusivamente para niños, con un humor físico e inocente en la línea de los Minions y con Danny Elfman a cargo de la banda de sonido original.
Si bien El Grinch es una película infantil despareja, el resultado es más que aceptable. Los directores Yarrow Cheney y Scott Mosier se encargan de contar la historia de esta especie de duende que se roba la Navidad de Villaquién, el pueblo de los Quién.
La novedad es que la película recurre a la infancia del personaje en un breve flashback para explicar el motivo por el cual odia la Navidad y todo lo que significa.
Alejado en lo alto de la montaña vive el Grinch, que se encierra en su casa con su perro Max (que es también su sirviente) a esperar a que pasen las fiestas que más detesta. Cada vez que baja al pueblo, mira con odio a todo el mundo y hace maldades, como romper muñecos de nieve o no ayudar a una señora en el supermercado.
Harto de todo ese espíritu festivo y familiar, decide hacerse pasar por Papá Noel, robar un trineo, unos renos y arruinarles la Navidad a los Quién. Para eso, pone en marcha su plan malévolo, que consiste en ir casa por casa a quitar todos los adornos, regalos y arbolitos.
La contraparte está a cargo de la niña Cindy-Lou, que quiere hablar con Papá Noel para pedirle que ayude a su sacrificada madre soltera, que además de trabajar tiene que cuidar a sus dos hermanos menores. En la unión inesperada entre el Grinch y Cindy-Lou está la clave del filme.
Los que piensan que el Grinch es lo opuesto al espíritu navideño están equivocados. En realidad no es más que un personaje tramposo, que al final viene a reforzar ese espíritu que supuestamente combate.
El Grinch es quizás el personaje más navideño después de Santa Claus. En el fondo, no es tan odioso, ni tan antipático, ni tan malvado. El Grinch no odia la Navidad, odia su soledad.
He aquí su aprobación. Justamente, en su mensaje de amor, bondad y reconciliación con el prójimo es donde radica la grandeza del relato.