Odiar las tradiciones
Roald Dahl y Theodor Seuss Geisel han sido dos escritores de lengua inglesa que supieron interpretar un espíritu de época emergente, contestatario, rebelde, transgresor, en el que la literatura infantil servía para trabajar libremente con ideas particulares sobre las tradiciones más arraigadas de la sociedad americana y británica, y subvertirlas.
El Grinch (The Grinch, 2018), es parte de esta genealogía crítica, y ha sido llevado anteriormente al cine por Jim Carrey y Ron Howard en, junto con Scrooge de Charles Dickens el cuento más recordado. Seres que odian la Navidad y hacen lo imposible para primero, olvidarse de ella, y segundo, que nadie pueda pasarla bien.
Con esa simple anécdota, que una infinidad de veces se trata de emular, en live action o versión animada, con relatos aleccionadores acerca de la importancia de estar junto a los seres queridos y ser mínimamente educados, no ya buenos –que sería lo ideal- , frente al advenimiento inevitable de los festejos por la navidad.
En esta versión realizada por los mismos responsables de la saga Minions, se prioriza el humor y la incorrección política, siendo el Grinch el portavoz de afirmaciones sobre la sociedad de consumo, la alegría impostada de la época y la impulsiva necesidad de estar junto a otros para regalar y recibir obsequios y así, no quedar afuera de la expansiva ola de saludos de fin de año.
El color sirve también para contar cómo este verde, peludo, y malhumorado personaje que vive en solitario en la cima de una montaña, decidió “robarle” la Navidad a todos. La paleta con primarios estridentes y secundarios -como el del personaje- cálidos, proporcionan una puesta sobria y un hipnótico trato en escenas y dibujos que vitalizan la propuesta.
Yendo al relato, en el Grinch, excepto su perro Max, quien oficia de asistente, y una niña llamada Cindy, que lo confundirá con Papá Noel en algún momento, no hay otras fuerzas contrincantes para este antihéroe, sólo la Navidad y su denodado empeño para cumplir la misión ad hoc de que no existan tales festejos.
En El Grinch todo está fuera de lugar o corrido de eje, y al empezar a polarizar la narración en un viaje a la singularidad del personaje, poniéndose por delante de todo los demás temas como la familia, el amor, la inseguridad, la convivencia, entre otros, posibilita la hábil puesta que asemeja el relato a una sitcom, se potencia cada gag y chiste presentado.
El humor y la comedia física presente invisibilizan lo frívolo y hasta trillado del objetivo central del Grinch: cómo alguien que quiso estar fuera de todo, finalmente se termina por topar con una festividad de la que no podrá escapar ni en su mente.