Ideas probadas, actuaciones notables
Esta comedia policial irlandesa, que por pura casualidad se estrena en la Argentina días después de la celebración de San Patricio, yuxtapone fórmulas probadas. A la idea del Eire como comarca pastoril con reglas propias se suma la confrontación entre modernidad urbana y atraso pueblerino, rematando con el esquema de la buddy movie: dos policías, imposiblemente más opuestos, deben aliarse para resolver un asunto de narcotráfico. La única forma de dar vida a un esquema dramático trillado (o tres, como en este caso) es mediante las particularidades de los personajes o el talento de los actores para hacer de ellos algo que lata. Aquí hay algo de lo primero y bastante de lo segundo, gracias a los buenos oficios del dublinés Brendan Gleeson (en uno de sus dos estrenos de esta semana; el otro es Protegiendo al enemigo) y el morocho Don Cheadle, conocido sobre todo por Traffic y Vidas cruzadas.
Excedido de peso y hastiado de todo, el sargento Gerry Boyle (Gleeson) es algo así como la versión provinciana del maldito policía de Harvey Keitel. “¿Te fijaste si hay plata en la casa?”, es lo primero que le pregunta a un novato, más interesado en inspeccionar los cajones que en el tipo apoyado contra la pared, con un agujero en la cabeza y una planta en la mano. Cuando llega al pueblo un agente afroamericano del FBI (Cheadle), al pelirrojo Boyle no se le ocurre nada mejor que hacer la clase de chistes racistas que sólo un adherente al Ku Klux Klan se atrevería a intentar hoy en día. Como para contrapesar un poco tanta incorrección, el guión le pone a Boyle una mamá en estado terminal (la veterana Fionulla Flanagan), a la que visita y atiende, como ejemplar hijo soltero, en el geriátrico en el que está internada. Quién depositó allí a la señora es algo con lo que el guión prefiere no meterse. La cosa deriva, en cambio, hacia unos matones (los muy adecuados Liam Cunnigham y Mark Strong) que esperan, en ese mundo lejos del mundo, un cargamento de droga.
Está claro que lo que suele llamarse “argumento” es aquí, más que nunca, un dispositivo descartable, cuya única función es servir de soporte al juego actoral de ambos protagonistas. Gleeson es una elección inmejorable para hacer de este bruto rugoso, cuya incorrección tiene algo de rebelión contra los burócratas de sus superiores, y Cheadle –suave, elegante, de voz inconfundiblemente cantarina– es su opuesto matemático. Tan matemático que cuando se despierta del estado de hipnosis que ambos pueden llegar a generar, es posible recordar que esa corriente de energía está sostenida sobre el puro cálculo.