Todo el aire de un western irlandés
De esto se habla cuando se trata de saber contar. Es decir, tener presentes los géneros narrativos para reformularlos, para jugar con ellos y, por qué no, para respetar sus lugares comunes (tan difíciles, a su vez, de manejar). De tal manera que El guardia culmine por ser la película buena que es: por conocer de cine de géneros, por asumirse autónomamente.
Es ópera prima, e irlandesa, de John Michael McDonagh. Y está interpretada, espléndidamente, por Brendan Gleeson y Don Cheadle. El primero como policía obeso y cansino de pueblo, el segundo como agente del FBI que llega allí a partir de una pesquisa de contrabando de droga. Entre uno y otro, las fricciones justas como para entramar atracciones y repulsiones que deriven en algo así como la amistad, en algo así como la camaradería.
Negro y blanco, gordo y flaco, tantas dualidades como se quieran para emparentar lo que es marca clásica de tantos duetos policiales o westerns. El problema está en que "no sé si eres extremadamente estúpido o inteligente". Desde esa línea se compone el personaje de Gleeson quien, se decía, está estupendo. Al actor se lo recordará también por Escondidos en Brujas, allí junto a Colin Farrell. Gleeson está tan bien que, como usual secundario que es, obliga a recordar que Hollywood estereotipa, y qué disfrute cuando un actor puede salir del rol habitual y lograr que todo un film se construya sobre sí. Porque lo de Brendan Gleeson es insustituible: Bebedor, mal hablado, racista, ignorante. ¿O no? Allí la habilidad, la difícil habilidad que el actor vuelve tan simple.
Además, si hay "buenos", hay "malos". Estos últimos perdidos en recuerdos sobre frases de Nietzsche y Schopenhauer, o la nacionalidad de Bertrand Russell. Desalmados al primer tiro, no dejan por ello de ser concientes de la diferencia sutil y aprendida entre ser psicópata y ser sociópata. Los intersticios se multiplican cuando surgen los paquetes de dinero corrupto; mientras, los cuerpos se multiplican, la investigación se confunde, y el lamento del FBI devela su preocupación verdadera: la cantidad fagocitante de billetes que la droga significa.
Los duelos son varios. Entre la pareja protagonista. Entre la policía y los ladrones. Entre el pueblo y la gran ciudad. Entre irlandeses e ingleses. Entre el gaélico y el inglés americano.
Entonces, el final heroico. Westerniano. Con algo de spaghetti a la Leone. Disparos para la prueba moral y final. Así como la despedida previa a todos los que al héroe hacen: mujer, niño, madre; como si fuere la familia que no es, porque nada une a éstos entre sí más que la figura del policía.
En algún momento se comenta sobre la necesidad de un desenlace feliz. ¿O triste? ¿Estúpido o inteligente? ¿Quién sabe?