El Sargento Boyle inspecciona un accidente automovilístico con calma. No busca sobrevivientes sino causas, motivos. Los encuentra: alcohol y drogas. Procede a probar un poco de lo que será futura evidencia,y una cara de felicidad inunda la pantalla. Regresa a su trabajo, investiga un crimen sin prestar demasiada atención, vuelve a su hogar, se levanta, vuelve al trabajo, asiste a una conferencia del FBI y explica su teoría de que sólo los negros y mexicanos son narcotraficantes, y por ende la imagen que muestra a unos drug dealers blancos debe ser errónea. No es racista, simplemente es irlandés.
El Guardia, de John Michael MacDonagh (el hermano de Martin, director de Escondidos en Brujas) apela a un humor seco, negro y muy ácido, pero sin jamás olvidar que el espectador debe empatizar con el protagonista para que el film no caiga en lo meramente burdo, y para conseguir tal objetivo, es evidente que Brendan Gleeson significó un gran aporte a la obra de MacDonagh. La inocente maldad del policía de dudosos valores que éste compone, funciona a la perfección en contraposición a la sobriedad que el gran Don Cheadle brinda a su por demás serio agente del FBI.
El conflicto que desatan unos narcotraficantes de proporciones exageradas es apenas una excusa para presentar unos “villanos” de turno que se debaten la existencia misma citando textos de Nietzsche, al tiempo que no dudan en matar a sangre a fría. Absurdo, sí, porque desde arriba se nos enseñó que los malos son malos y eso es todo lo que tenemos que saber de ellos, pero coherente y real a la vez, porque no hay manual alguno que diga que un criminal no puede/debe disfrutar de algunas cosas de la vida, como lo es la filosofía nihilista.
En este mundo de personajes coloridos y paisajes desaturados, el guardia atípico en cuestión forma parte de la fauna, y está dispuesto a defenderla de manera impensada justamente cuando todos los demás fallan. Un (anti)héroe con todas las letras, de esos capaces de llevar a cuestas toda una pequeña gran película.