¿Es o se hace?
Será inevitable en los primeros minutos de El guardia no trazar un paralelismo con Torrente, el brazo tonto de la ley, la exitosa comedia española de Santiago Segura. Gerry Boyle (Brendan Gleeson), el agente de policía irlandés que protagoniza esta comedia negra, es tan corrupto, gordo, poco interesado, desfachatado, irresponsable, racista como lo es su par José Luis Torrente. Y las situaciones que protagonice, también estarán observadas por el director John Michael McDonagh bajo el prisma de la comedia. Pero, la comedia es un territorio amplio que permite diferentes tonos y registros, y con ellos se van definiendo las búsquedas que cada realizador pretenda para su obra. Mientras en el caso de Segura su intención es hallar el más el prosaico de los humores, la astracanada a veces graciosa y a veces sólo incorrecta, sin mayores vuelos filosóficos que el de reírse de un buen pedo, aunque en ello pueda haber una crítica, McDonagh prefiere privilegiar el absurdo para trazar una radiografía de su sociedad, con una seriedad mayor y una preocupación latente en significar los modos de su personaje como algo tan humano como incorrecto. La diferencia en el resultado de cada obra tendrá que ver también con la diferencia entre los humores que tienen los españoles y los irlandeses. Lo curioso es que Boyle y Torrente, cada uno a su manera, terminará siendo un héroe.
Sin embargo otra obra con la que se puede relacionar a El guardia es con la mucho más compleja e incómoda Cuidado con el guardia (Observe and report), donde Seth Rogen era un guardia de seguridad de un shopping con el sueño de ser policía. Aquella película sostenía el punto de vista de su despreciable protagonista, para ponernos en primer plano cómo el germen de la violencia estaba implícito en un amplio sector de la sociedad norteamericana, incluso poniendo a un centro comercial como el origen de una serie de discriminaciones y represiones vinculadas con un sistema material-económico de bienes reemplazables. El asunto era que sostenía hasta el final el punto de vista de ese protagonista, algo que sucedía también en la anterior película del interesante director Jody Hill, The foot fist way, hasta el punto de confundirnos sobre cuáles eran los alcances del punto de vista del personaje y cuál era el de la película. En ese sentido, El guardia es mucho más clara: tenemos a Boyle como un tipo reprobable, pero la película nunca hace de su punto de vista el de la obra. Esa distancia es la que permite ver las acciones de Gleeson con humor y las de Rogen con tanto asco como fascinación.
Boyle es un policía más en un pueblito de Irlanda y se ve involucrado en una causa de narcotráfico, que lleva a varios agentes del FBI a actuar en este lugar. Otro de los temas que transita El guardia es precisamente el del choque de culturas, y es ahí donde se permite deducir que las actitudes de su protagonista podrían no ser tan extrañas a los ojos de los propios. Ese extrañamiento del extranjero en territorio desconocido conecta a este film con otra película protagonizada por Gleeson, como Perdidos en Brujas, mucho más si sumamos a los filosóficos traficantes que interpretan Mark Strong y Liam Cunningham. Por ahí se puede buscar también una conexión con un humor que amenaza con ser el de una de Porcel y Olmedo, pero que se desvía hacia algo más abstracto e indefinido, con toques surrealistas como los de una película de los hermanos Coen.
Esas indefiniciones, a las que podemos sumar una subtrama policial no del todo bien desarrollada, son las que impiden que El guardia sea mucho más interesante de lo que finalmente es: si hay algo que molesta en el film de McDonagh es que sus diálogos se suponen inteligentes y creativos, y no son más que una serie de ideas no del todo bien resueltas. Pero lo más indefinido de la película es el propio Boyle, un personaje que se nos hace demasiado escurridizo y antojadizo. De hecho, cuando la película termina nos quedamos con la misma duda que el agente del FBI que interpreta Don Cheadle: ¿es imbécil o un vivo de campeonato? En su afán por no desbarrancarse con su personaje, a la manera de un Torrente, el director controla el supuesto disparate que es la vida de Boyle y lo amputa de toda la diversión acotándolo a una serie de situaciones controlables. Usted podrá pensar que la duda, en este caso, es inteligencia porque no supone un juicio. Pero no, en el caso de El guardia es un no animarse a mostrar el interior y quedarse en la superficie cool. El guardia hace la fácil y se queda a mitad de camino.