John Michael McDonagh hace su debut con El guardia, protagonizada por Brendan Gleeson, en una película profundamente irlandesa, y a la vez, universal.
Gleeson es un policía corrupto: se alcoholiza, se droga, se acuesta con prostitutas, acepta sobornos, pero es, en el fondo, un buen policía. Siguiendo la línea del film de Abel Ferrara (Un maldito policía) y la relectura de Herzog (Un maldito policía en Nueva Orleans), el film de McDonagh plantea la situación de un policía corrupto que busca redención (o más bien la redención lo busca a él).
La acción se sitúa en un pueblo de Irlanda olvidado por todos hasta que unos narcotraficantes pasan por allí con 500 millones de dólares. Un agente del FBI (Don Cheadle) será el compañero de este poco ortodoxo personaje, que tiene más cosas por enseñar que por aprender.
Ninguna de las situaciones trágicas es tomada con seriedad: ni el cáncer de la madre, ni los asesinatos, ni el narcotráfico, ni un niño del pueblo con tendencias sociópatas. En ese humor ácido está la clave del film, donde los EEUU con sus técnicas de investigación y sus soluciones for export son el hazmerreír del público. Es cierto que el film es bastante localista, pero hay algo de universal en el tipo de humor que tiene MacDonagh, y en este personaje patético que, debido al mayor patetismo del ámbito por el que se mueve, parece casi simpático.