El racista bonachón
No es Kowalski, es un tal Boyle. No es polaco sino irlandés. Menos aún es Eastwood en otro rol de cascarrabias con prejuicios racistas de todo tipo, sino uno de esos actores secundarios que cuando uno los ve en una película ya sabe que algo bueno tendrá. Brendan Gleeson encarna aquí a un sargento solitario de algún pueblo perdido de Irlanda. En algún momento dirá: “El racismo es parte de mi cultura”, sentencia de la que se predica más de la mitad del humor de El guardia, una comedia negra y ocasionalmente un thriller.
La ópera prima de McDonagh revela desde el comienzo su humor, su incorrección, su estética y el espíritu de su protagonista. Un auto va a toda velocidad por una ruta cercana al océano. Planos cenitales del vehículo se intercalan con planos no del todo convencionales que muestran que el conductor y sus acompañantes van de fiesta, hasta que un sonido específico marque algo inesperado. La escena terminará con el sargento tomándose un ácido.
Después habrá un asesinato con posibles tintes religiosos, una operación de narcotraficantes por medio billón de dólares y la aparición de un nuevo personaje: un agente del FBI, interpretado por otro gran actor secundario, Don Cheadle. En principio, este policía racista que se considera el último independiente no parece el indicado para trabajar junto con un agente afroamericano. Boyle cree que los narcos son negros o mejicanos, pero detrás del racista sincero hay un buen tipo.
En El guardia los traficantes discuten sobre Nietzsche y Bertrand Russell, la madre de Boyle defiende a Dostoievski y su hijo a Gogol, las referencias cinéfilas son constantes y la comparación entre irlandeses y estadounidenses (e ingleses) es un punto de referencia central en la construcción cómica del filme.
La cultura es aquí tanto un móvil humorístico como un conjunto de citas diversas que indica una perspectiva. En dos ocasiones, el agente extranjero tendrá dudas sobre su compañero irlandés: ¿es un estúpido o es inteligente? Es indudable la respuesta, y también lo que el propio director parece creer, después de tantas citas, acerca de su propia película. Y no se equivoca.