“El gurí”, de Sergio Mazza, pretende ser una muestra más en el catálogo de películas que con el “no acontece nada” buscan reflejar la cotidianeidad. Ese género de películas tan premiadas en el Festival de Moscú, donde encontramos por ejemplo a Alberto Morais con “Las olas” (2011). Sin embargo, en el “no acontecer nada” hay otros factores necesarios, precisamente para compensar la ausencia de puntos de interés en la trama, y ausentes en esta realización.
Los (pocos) hechos que ocurren tienen lugar en un pueblo de provincia, un pueblo del que no sabemos nada, ni cómo es, ni dónde está, ni cuántos habitantes tiene, ni de qué vive. Sólo unos hermosos planos, los más sobresalientes de la película, durante los créditos iniciales de unos paisajes en siluetas de atardecer que luego no resultan corresponderse con el retrato del mismo durante el devenir de secuencias.
La trama es sencilla: la chica que se tiene que quedar en el pueblo mientras le arreglan el coche y en ese breve lapso de tiempo se encariña con dos niños que acaban de ser abandonados por su madre, víctima de una enfermedad letal que no quiere que sus hijos la recuerden demacrada y prefiere dejarlos solos. Sencilla sí, pero plagada de elementos que no se sostienen. ¿La chica atropelló un perro o un elefante para tener el coche tan destrozado? ¿El pueblo está tan lejos del siguiente que nadie se ofrece a acercar a la chica a su entrevista de trabajo? ¿En dos días escasos de convivencia los sentimientos que se generan son tan fuertes con unos niños desconocidos? Y si tal fuese, faltaría plasmar la necesidad de transformación del personaje de Sofía Gala. Aún así, el suyo, junto con el del veterinario - arco dramático forzado en dos escenas - es el personaje con más recorrido, pues los demás, terminan donde empiezan.
Las dos historias mínimas que ejercen de subtramas no terminan de aportar nada al argumento principal. Por un lado, la pareja de veterinarios que perdieron a los dos hijos y no supieron superarlo, historia que sirve para justificar la adopción final del gurí. Por otro, un enamorado loco de la madre que persigue al niño preguntándole por ella, un personaje puesto adrede para que la anagnórisis sea fácil de escribir, rodar y entender, pero cinematográficamente innecesario, como también la subtrama a la que pertenece. Sería más interesante y sugerente que la madre nunca apareciese y dejar a la imaginación del público que buscase una motivación tan fuerte como para que una madre abandone a sus hijos tan pequeños.
Como descubrimiento, el niño que hace de Gonzalo, el gurí, un buen mérito de cásting que supo escoger la cara triste de un niño abandonado, falto de cariño y que se tiene que hacer mayor antes de tiempo.
En algún sentido podría estar emparentada con “El niño de la bicicleta” (2011), de los hermanos Dardenne, sin embargo le sobra melodrama y le falta concisión.