La orfandad, una herida que no cierra
El quinto largo del director de Gallero y Graba, la menos enigmática y rugosa de toda la filmografía de Mazza, sigue la trayectoria de un chico entrerriano abandonado a su suerte, pero se dispersa en demasiadas historias secundarias.
Difícilmente pueda achacársele a Sergio Mazza el defecto de la reiteración o el automatismo. Compuesta por cinco films en casi una década, su filmografía varía en contenidos y formas, pero en casi todos sus exponentes se mantiene como eje central la presencia de un personaje solitario apresado entre un pasado dificultoso y la falta de certezas ante el futuro, con el sexo como único y potencial acto liberatorio. Allí están, entonces, la enigmática Gabriela Moyano de El amarillo (2006), los dos personajes centrales de Gallero (2008) y la joven inmigrante (Belén Blanco) que vagabundea por las calles de París en Graba (2011). Algo de eso también hay en El gurí, con la salvedad de que el sexo está ausente y los personajes quebrados ya no son ni uno ni dos, sino varios. Incluso uno, el purrete del título, lo está sin saberlo: su mamá se fue de un día para el otro con la promesa de volver pero sin decirle que tenía una enfermedad terminal.Filmada en la localidad entrerriana de Victoria, donde el cineasta recaló después de estudiar la carrera de Diseño de Imagen y Sonido en la UBA, y estrenada en la sección Generation de la última Berlinale, El gurí es la película más clásica, la menos enigmática y rugosa de toda la trayectoria de Mazza. Esto debido a que el relato adopta el punto de vista de Gonzalo, que a sus ocho años deambula por la ciudad con su hermanita a cuestas sin que nadie parezca demasiado interesado en hacerse cargo de ellos, iniciando un recorrido que funcionará de excusa para la presentación de los componentes de la fauna local.El gurí mantiene el ritmo acompasado de Graba, al tiempo que muta la cámara nerviosa y opresiva por otra mucho más relajada y contemplativa. Lo que no cambia es la preferencia de Mazza por ejercitar la observación pasiva de comportamientos en lugar de explicitar los por qué de la confluencia geográfica: tal como ocurría en el film anterior, las razones por las que ellos están ahí importan menos que el presente. Claro que donde antes había una pareja unida por la relación locador-locatario ahora hay un universo mucho más amplio que abarca desde el veterinario (Daniel Araóz) y potencial padre del nene y una viajante varada por un desperfecto en su auto (Sofía Gala Castiglione), hasta el bisabuelo de las criaturas (Federico Luppi). El principal problema del film es consecuencia de esa ampliación. Da la sensación de que Mazza quiere abarcar demasiado en poco tiempo –el metraje roza la hora y media–, dispersándose y desplazando a un segundo plano a algunos personajes y situaciones más relevantes que los que finalmente se muestran.