Hay dos elementos que interactúan y definen la suerte de este quinto opus de Sergio Mazza, El Gurí: sostener un punto de vista de un niño a lo largo de todo el relato por un lado, y por otro asimilar con cierta endeblez la estructura coral para expandir una historia que en primera instancia podría resumirse en anécdota.
La premisa del film es sencilla y tiene por protagonista a Gonzalo (Maximiliano García), un niño que vive con una abuela enferma, padre y madre ausentes por diferentes motivos y a quien le pesa el cuidado de una hermana menor muy pequeña para lo cual, claro está, no está capacitado.
La responsabilidad adulta y el desamparo infantil son los ejes transversales de esta historia dramática que apela a la idea coral para incorporar diferentes aristas y personajes de manera centrípeta al núcleo de la película. Entre esas vertientes y en consonancia con la introducción de personajes secundarios, como el veterinario interpretado por Daniel Araoz o el bisabuelo de Gonzalo a cargo de Federico Luppi, queda plasmada la situación conflictiva entre el niño que pulula solo por cada casa del pueblo junto a su hermana y las resonancias indirectas de esa marca difícil de ocultar que no es otra que la orfandad.
Para dar mayor volumen a la historia, el director de Graba (2011) encuentra en un registro contemplativo el ritmo pausado para lograr verdaderos climas y tonos que se ajustan al universo del Gurí. Por ejemplo, la aparición de alguien ajeno al pueblo (Sofía Gala Castiglione) como personaje receptor pero también generador de cambios o la de un personaje misterioso que insiste en querer contactarse con la madre del niño, cargado de amenaza latente para el propio entorno, mientras que el resto del reparto se asienta en la solemne apatía aunque no presentan indicios de indiferencia ante el muchacho y su cruel situación.
El Gurí se debate en logros y asignaturas pendientes, tales como la casi nula explosión de la estructura coral con fines dramáticos, en contraste con una solvencia narrativa que logra sus mayores picos de realismo cuando la cámara se detiene a vivir con los personajes más que a escrutarlos desde la distancia.