El hada buena revela que se puede pensar un cine de ficción política desde miradas diferentes.
Laura Casabé trabajó durante 6 años en la realización de esta película. Este dato no es menor a la hora de analizarla. Pues esta fábula peronista, puede ser pensada en modos diversos según el momento político. Y no hay que ser muy perspicaz, para entender que entre 2004 y 2010 varias cosas han cambiado.
La película es una narración sobre un futuro donde la sociedad está en plena agonía. Carente de toda posibilidad de subsistencia como sociedad, los gobernantes, algo así como una entelequia orwelliana tercermundista, entienden que lo fundamental para aspirar a un futuro, es reconstruir lo social, a partir de la educación. Para ello intentarán recuperar el modelo peronista de educación. El problema, es que se cuenta con apenas unos pocos de centenares de asientos en las escuelas, para asignar entre los millones de niños y jóvenes, por lo cual se seleccionarán a los mejores para ser subsidiados, junto con sus familias. Para obtener este beneficio, las familias adquieren hijos en subastas de tono circense, donde canjean bienes, por los niños ofrecidos. Entre los adquiridos por una extraña familia, Juan Domingo Séptimo, el único completo físicamente entre sus hermanos, será favorito para obtener el subsidio. El niño, que recibe la visita de una casi terrenal Hada Buena (salida de los libros reales del primer peronismo), pedirá como deseo volver con su familia de nacimiento. Y el único modo de salir de su hogar de ¿adopción / apropiación?, es ser uno de los elegidos por el general Perón, en ese futuro, un holograma, que puede fallar.
La familia extraña en cuya casa vive Juan Domingo Séptimo, con sus otros “hermanos”, está manejada por una madre posesiva, un tío absolutamente sumiso (menuda referencia política la que propone Casabé) y una bizarra niñera, la radical Sontag.
La película está narrada con un tono farsesco constante, mixturando las referencias a futuro apocalíptico con cierto conjunto de iconografías nacionales, como la del nuevo estado peronista, y el circo y los actores populares del viejo espectáculo nacional. Así construye un discurso complejo que habla de la recuperación del estado como herramienta de construcción social, de la idea de Nación, el peronismo como forma de construcción del poder, de los niños apropiados y, obviamente, de Evita, El hada buena, como una Eva con carnadura real.
El trabajo de dirección es interesante, porque es capaz de sostener un discurso complejo, sin hacerse solemne y mucho menos aburrido. Sorprende que durante 6 años de rodaje las actuaciones y las locaciones puedan tener una continuidad razonable y que el tono general se conserve. El hada buena, viene a revelar, por otra parte, que se puede pensar un cine de ficción política desde lugares diferentes en relación a la clásica mirada de los que venimos más allá en el tiempo, o aquella inútilmente estetizante que proponen ciertos realizadores más jóvenes, ciertamente hegemónicos en el panorama del nuevo cine argentino.