Lo que podemos reconstruir El hermano de Miguel (2017), dirigida por Mariano Minestrelli, es un documental que ahonda sobre uno de los desaparecidos previo a la llegada de la dictadura militar. La más atroz de las tantas que vivió Latinoamérica durante los años 70 y 80. Documento sólido y valioso sobre la búsqueda de un personaje central. Las pistas diversas son las piezas ausentes para reconstruir lo único que siempre queda que no es más que un resquebrajo de la memoria. De un estilo atrayente y de aire renovado estamos ante una mirada alternativa sobre un tema tan tratado y que siempre seguirá volviéndose a contar. Sergio Dicovsky fue detenido en un enfrentamiento con la policía el 19 de noviembre de 1974, durante el gobierno de Maria Estela Perón, y desde entonces está desaparecido. Su hermano Miguel Dicovsky hace la investigación inmiscuyéndose en el último día que lo vieron a Sergio o el último lugar de detención. Lo único que encuentra son datos, testimonios, rostros, lugares vacios y preguntas sin responder. Sin embargo, no solo será una búsqueda sufrida y angustiosa sino que Miguel también tendrá que enfrentarse a distintas posturas y versiones sobre las acciones de su hermano antes de desaparecer. Como es innegable todo material centrado en una búsqueda y que dicha búsqueda es lo importante del relato, resulta desde ya cautivante. Es decir, si la investigación, la acumulación de pistas y mezcla de voces resultan ser el eje central, incluso si nunca se encontrará lo buscado, tanto como decir que el viaje a Itaca importa más que mostrar la llegada, el espectador siempre se mantendrá aferrado a lo narrado. Por supuesto que se requiere de cierto manejo efectivo para que ésta técnica sea bien aprovechada. Y esta película lo consigue. Sobre todo porque se vale de las ventajas del género policial que yacen en toda estructura en forma de pesquisa. El policial aparece en las pistas que por rebote te llevan a nuevos hallazgos y así en forma de cadena hasta alcanzar una multiplicidad de voces enriquecedoras. Eso es lo mejor que tiene El hermano de Miguel. Incluso el hecho de ordenarse por fragmentos numéricos, le dan a todo cierto tinte literario que contribuye a una explicación más prolija, pero también a que el procedimiento cinematográfico sea más potente. Nos atrapa desde el inicio con una música y un relato de denota un gran suspenso e incertidumbre de una búsqueda fantasmal. Por otro lado, resulta interesante la idea de reconstrucción. Es todo un trabajo sobre imágenes. Del cine reflexionado sobre sí mismo. Buscándose dentro de sí, pues lo único que tiene el protagonista son imágenes. Sean de archivo o más actuales, son las únicas que le sirven para su investigación. Particularmente porque le sirven para llevar su relato a otras personas. Como si cada imagen necesitara del relato oral. Las imágenes cuentan mucho, pero plantean dudas e inquietudes. Y es que estamos ante una película concreta y directa que además se propone salir de cierto “tratamiento clásico” para este tipo de películas. Desde luego que es un tema crucial que siempre traerá nuevas historias, pero aquí se encuentra una propia voz, estéticamente se trae al cine como partícipe de lo político, judicial y social. Construir desde la memoria y lo que se pueda indagar con el paso del tiempo.
Todos tenemos muy presente la desaparición de 30.000 argentinos durante la dictadura militar que se llevó a cabo de 1976 a 1983. Sin embargo, los secuestros clandestinos comenzaron antes, con la presidencia de María Estela Martínez de Perón. En este contexto se enmarca el documental de Mariano Minestrelli, “El hermano de Miguel”, un film que se centra en la incansable búsqueda del protagonista de su familiar desaparecido Sergio Gustavo Dicovsky. El 19 de noviembre de 1974, Sergio, un militante del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), fue capturado en medio de un operativo en el cual, junto a otros compañeros, estaban trasladando con tres vehículos a un militar que habían secuestrado en febrero. Al ser descubiertos por la policía, comenzó un tiroteo, dando por resultado la detención de Dicovsky y la fuga del resto de sus colegas. Lo último que se supo concretamente es que fue llevado al centro clandestino Puente 12 en La Matanza. A diferencia de otros documentales más convencionales, lo interesante de “El hermano de Miguel” es que toma al protagonista de la historia para ir investigando acerca del pasado y los hechos sucedidos para obtener más información sobre lo que ocurrió con Sergio. No es el director entrevistando a distintos personajes, sino el propio Miguel hablando con los testimonios (la mayoría muy cercanos a su hermano). Esto hace que el mismo espectador se involucre en la trama porque puede ver de cerca las reacciones de quien funciona como el hilo conductor del relato. Por momentos esto puede servir como un arma de doble filo, ya que el film se puede volver algo tendencioso y subjetivo, pero igual consiguen cierta objetividad al enfrentar al protagonista con parte de la historia contraria (a partir de una charla con la hija del militar supuestamente asesinado por Sergio). Ese instante debe ser uno de los más tensos e interesantes del documental, ya que pone cara a cara a dos facciones distintas con sus propias versiones en pos de encontrar una verdad en común. La película no solo se nutre de testimonios, sino también de recreaciones, visitas a las locaciones implicadas en ese entonces (como el último lugar en el que habrían visto a Sergio o un centro de detención clandestino), fotografías, material de diarios para contrastar la información obtenida previamente, entre otras fuentes que enriquecen el relato. Asimismo, el documental se divide en distintos capítulos para abordar de una forma más clara diversos aspectos y momentos de la historia de Sergio y la búsqueda por parte de su hermano. Son muchos cortes dentro de la hora y diez de duración del largometraje, pero cada una de esas etapas está bastante profundizada para darle un correcto pantallazo al público de lo sucedido. En síntesis, “El hermano de Miguel” es un documental profundo e intimista, pero que se siente que puede ser la historia de muchas de las personas que perdieron a un ser querido en una de las épocas más oscuras de nuestro país. Una búsqueda conmovedora que se fortalece por poner como eje central al protagonista del relato para hacerlo más personal y emotivo.
El documental de Mariano Ministrelli muestra, teniendo como protagonista a Sergio Gustavo Ducovsky, sobre su incansable búsqueda de 44 años, para saber la verdad de lo que ocurrió con su hermano Miguel, militante del ERP y poder incluir ese caso en una megacausa de derechos humanos, conocida como Puente 12. Un centro clandestino de detención donde por testimonios fue llevado y desaparecido su hermano. Pero además de las emotivas vicisitudes de testimonios, movilizaciones, relatos de militantes y de vecinos, hay un encuentro impresionante que marca una enorme diferencia con otros trabajos de este tipo. Es el encuentro de Sergio con la hija de un militar, supuestamente asesinado por su hermano. Mostrado en toda la dimensión de la tensión por el director, es un verdadero hallazgo que impresiona por como esta mostrado y por lo que se dice.
Una búsqueda insaciable y el dolor de los vivos Desde hace más de diez años, Miguel Dicovsky sostiene una pesquisa personal en la que intenta aclarar el destino de su hermano mayor, desaparecido en 1974 tras un tiroteo con la policía. “Es difícil alejarse del sentimiento”, le dice Diana a Miguel durante una charla que tienen, ella desde Roma y él en Buenos Aires. En esa frase, que surge durante el tercio final del documental El hermano de Miguel, dirigido por Mariano Minestrelli, se condesa buena parte del sentido ya no de la película, sino de la búsqueda que en ella se retrata. La de Miguel Dicovsky, quien desde hace más de diez años sostiene una pesquisa personal en la que busca aclarar el destino de Gustavo, su hermano mayor, desaparecido en 1974 tras un tiroteo con la policía en los arrabales de Lanús. Quien le habla vía Skype era la pareja de su hermano en aquel momento en el que ambos militaban en el ERP. Con sus palabras, Diana ilumina una realidad que no por evidente suele quedar oculta por los hechos que le dieron origen: que la búsqueda de la verdad, la memoria y la justicia no sería posible sin el sentimiento, sin ese dolor que persiste en las víctimas vivas, las que sobrevivieron al tendal que dejó un proceso represivo que empezó antes del golpe de 1976. Se trata de un documental de investigación, en el que Miguel regresa una y otra vez a los últimos momentos conocidos en la vida de su hermano, intentando resolver un misterio que ya lleva 45 años abierto. La forma de encarar la búsqueda es cinematográficamente conocida: visita a los espacios en los que los hechos ocurrieron, documentación judicial, recortes de prensa, material del archivo familiar, diálogos en los que cada testigo aporta el fragmento de información que posee. El avance del documental se asemeja al intento por montar un rompecabezas incompleto, pero en el que cada nueva pieza que se suma, en lugar de acercar a la solución, abre nuevas incógnitas. El empeño de Miguel por lograr que se incluya el caso de su hermano dentro de la causa por los crímenes cometidos en el centro de detención conocido como Puente 12 y las charlas que mantiene con los distintos personajes que componen el coro de testimonios, van trazando el mapa de los hechos del pasado y dan cuenta del estado de situación actual. Pero como si se tratara de un dispositivo capaz de corporizar lo intangible, la película también materializa la esencia de la pérdida, concentrándose en la figura de Miguel, cuya búsqueda no solo pretende revelar el paradero de su hermano, sino sanar una herida propia. El título de la película resulta muy clarificador en ese sentido, afirmándose en el nombre del que busca y aludiendo a Gustavo apenas por su vínculo con el protagonista, una forma elegante de hacer que su desaparición también quede contenida en el título. Aunque se ha dicho que en el plano de lo formal El hermano de Miguel no se aparta mucho de las convenciones del documental clásico, hay una secuencia de potencia inusual, que quizá sea única en la filmografía dedicada a los desaparecidos. Se trata del encuentro que Miguel tiene con Silvia Ibarzábal, vicepresidenta de la Asociación Familiares y Amigos de Víctimas del Terrorismo en Argentina e hija del coronel Jorge Ibarzábal, asesinado por el ERP en esos mismos años. Silvia sostiene que Gustavo Dicovsky es el responsable material de haber matado a su padre y Miguel, por sugerencia de su abogado, se contacta con ella. Con generosidad, el film elige mantenerse neutral en ese encuentro, sacando el foco de la historia para cerrar el plano sobre los sentimientos no tan distintos de Silvia y Miguel. El resultado revela la presencia de dos víctimas, que con nobleza parecen no imponerle al otro la máscara del enemigo, sino que apenas aceptan compartir entre ellos su dolor. Por supuesto que esa escena también aporta la sospecha de una zona fantasmal en el entramado burocrático detrás de la muerte de Ibarzábal y de la desaparición de Dicovsky, pero eso llega solo, sin necesidad de subrayarlo ni de forzar un conflicto. Y si bien la secuencia no habilita a cargar sobre ella el peso de una reconciliación, al menos abre la ventana para empezar a pensar que el dolor de los vivos no necesita de justificaciones para ser comprendido.
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