"El hijo", de Florian Zeller: manipuladora y estructuralmente endeble
La historia está llena de situaciones en apariencia mal resueltas, pero que en realidad son funcionales al objetivo final: crear el caldo de cultivo para una tragedia anunciada con bombos y platillos.
Tras el éxito que significó su trabajo anterior y ópera prima El padre, por la que Anthony Hopkins recibió su segundo Oscar en 2022 a los 83 años (el ganador más longevo en la categoría de Mejor Actor), el director francés Florian Zeller decidió que su segundo largometraje continuara explorando la senda de los vínculos familiares atravesados por el drama. Y eso es lo que vuelve a hacer en El hijo. Ambas películas podrían guardar alguna relación argumental. Como si formaran parte de una proto saga minimalista en la que las historias apenas se entrecruzan en la superficie del relato, pero que le permiten al espectador forjar sus propias teorías más allá de lo que estrictamente se ve en la pantalla.
Zeller vuelve a proponer un film de cámara, muy atento a los detalles íntimos, a la forma en que los personajes se relacionan y a las redes emotivas que estos tejen entre sí. En este punto se puede pensar que el relato se articula a partir de una suerte de efecto mariposa emocional, en el que las decisiones que toma cada uno de ellos de forma inevitable acaban por impactar y determinar las acciones de los otros. Un movimiento que en principio parece fluir en dirección descendente, de padres a hijos, pero que acabará por adquirir la forma circular de un sistema de retroalimentación, en el que cada uno recibirá lo que dio, una fórmula que acá solo es entendida en su variante más negativa y fatal.
Peter es un empresario exitoso, divorciado y vuelto a casar, que tiene un hijo adolescente con su primera mujer y otro recién nacido con la segunda. Pero la separación afectó mucho a Nicholas, el mayor, quien más o menos desde el nacimiento de su hermanito comenzó a manifestar cierta inestabilidad emocional. Para estar más atento, Peter trae a Nicholas a vivir a su casa, lo cual dará pie a una serie de situaciones que los obligan, en especial al padre, a revisar el vínculo y el lugar que ocupan en él. Zeller vuelve a incluir una afección mental ligada al período vital que atraviesan sus protagonistas como parte de la ecuación narrativa. De esta forma, si en El padre al personaje de Hopkins lo aquejaba la demencia senil, en El hijo Nicholas padece de una severa depresión adolescente que le impide establecer relaciones saludables con su familia y con el mundo.
El problema de El hijo surge de su guion, de la forma inverosímil en que construye a los personajes, que no solo deben lidiar con sus problemas cotidianos sino con su propia ineptitud. La historia está llena de situaciones en apariencia mal resueltas, pero que en realidad son funcionales al objetivo final: crear el caldo de cultivo para una tragedia anunciada con bombos y platillos. Si a eso se le suman algunas actuaciones signadas por el exceso y se le resta cierto componente fantástico que Zeller había usado con buen pulso en El padre, el resultado es una película tan manipuladora como estructuralmente endeble.