Largo y sinuoso camino
La primera escena es magnífica debido a las interpretaciones de Ucedo y Ferro pero también por el clima inquietante que se transmite en esos cinco minutos. Allí Gaglianó entrega solo la información necesaria para describir a un matrimonio al que se le niega un hijo en adopción. De ahí en más, el esposo se convertirá en un personaje-frontera, como el paisaje que deberá recorrer, la provincia de Misiones y sus bordes con otros países limítrofes, a la búsqueda del hijo tan deseado. Selva, naturaleza, prostíbulos, marginalidad, violencia a flor de piel, articulan un discurso refractario a cualquier explicación innecesaria: las imágenes valen por sí solas para reflejar la contundencia del tema y la obsesión del personaje que hará lo posible para cumplir el objetivo. Una chica embarazada, rostros adustos que sospechan del invasor de un territorio ajeno, un único hotel como morada, un bar-prostíbulo de alto riesgo, una mujer que parece ser el contacto ideal para que un bebé llegue a buenas manos. El hijo buscado, sin alzar la voz altisonante del cine de denuncia pero sí profundizando la incansable búsqueda del personaje central como si se tratara de un thriller selvático, en donde el hombre se fusiona con la geografía, construye un relato doloroso que bordea la piel y que invita a la contemplación desde la tristeza, sin caer jamás en una visión miserable del asunto. Un par de llamados telefónicos, diálogos secos y eficaces, un cadáver, una esposa que mira a un bebé en la habitación de un hotel: con muy pocos elementos, El hijo buscado, desde su brutal honestidad estética y formal, se convierte en una agradable sorpresa de fin de año del cine argentino.