La postal del grupo de amigos arremolinados alrededor de una pelota es un clásico de la Argentina. Si a eso le sumamos liturgia maradoniana, tips religiosos, mística y canchita con piso de tierra, el combo es potente.
El hijo de Dios, que se estrenó hace unos días en los cines de Argentina, recurre al guiño para contar una pequeña historia de épica y acción.
“Un western bíblico futbolero” es el slogan del film y quizá no le quede mal pero, en rigor, lo que menos importa en la película de la dupla Fernández-Girod es la referencia religiosa, más allá de que la trama la ubica en distintos pasajes y que los nombres de los personajes remiten al universo de sus seres mitológicos como Jesús y María Magdalena, pasando por Pilatos y Pedro.
Porque el golazo olímpico en esta producción independiente es el partido de fútbol entre el grupo de amigos que se encuentra atrapado en un pueblo hostil y la policía del lugar, que los tiene en una celda de la que sólo podrán salir si les ganan un picado en el potrero.
El film recorre la cosmogonía futbolera y ahí radica su atractivo transversal; en las referencias a cargo de tipos como el ruso Verea, prócer del periodismo deportivo con conciencia de clase. La elección de Verea por sobre figurones como Pagani o algún otro capitoste de las señales de cable, por ejemplo, es una marca de autor y se agradece.
Frases que remiten a Maradona, Houseman y otros nombres propios de la pelota nacional y popular recorren los diálogos y, más allá de algunos problemas en las actuaciones, las escenas están bien logradas y parecen preparar al espectador/hincha para el climax del fin de fiesta.
En el año del estreno de Hijos nuestros (el opus sanlorencista con protagónico de Carlos Portaluppi), El hijo de Dios (otro día hablemos de la relación entre fútbol y paternidad) viene a sumar su título a la demasiado breve lista del cine argentino dedicado al noble deporte del balompié. En buena hora.