Hay toda una serie de productos culturales que, tomando como punto de partida el fútbol y sus derivados, terminan por configurar un panorama muy autóctono sobre cómo, además, medimos nuestro sentido de pertenencia. “El hijo de Dios: Un Western Bíblico futbolero” (2015) comedia de Mariano Fernández y Gastón Girod, trabaja con el fútbol como disparador de un relato que además incursiona en un género particular, y con reglas establecidas, como el western.
En el arranque la aridez de las imágenes y la correcta banda sonora afín a aquello que se muestra, generan el marco sobre lo que se mostrará a continuación. Tres amigos, en plan de fin de semana de disfrute, arriba de un viejo vehículo, se disponen a llegar a una ciudad del interior de Buenos Aires para entregarse a la procastinación.
En el camino se encuentran con un personaje extraño y solitario llamado Jesús, el que, los acompañará en parte del trayecto hasta que llegan a Betania, un lugar en apariencia tranquilo, pero que es gobernado por gente que adscribe a la fe y la religión y que ve al futbol como el mayor de los sacrilegios y pecados.
Así, “El hijo de Dios…” maneja el contraste de ambos mundos, el de los recién llegados y el de los estrictos religiosos, que verán no sólo con malos ojos la llegada de los extraños, sino que, además, decidirán castigarlos y apresarlos ofreciéndoles la posibilidad de la redención a partir de un partido de fútbol.
Es interesante el planteo con el que Fernández y Girod disparan la acción del relato, esa idea de la pasión futbolera que debe ser acallada a partir de la prohibición absoluta del mismo, y no sólo del fanatismo o de la charla de bar, sino, principalmente, desde la erradicación, o el intento, de todo discurso posible acerca del mismo.
La habilidad de los noveles directores reposa en la construcción icónica del filme, dado que, las actuaciones, un tanto débiles, imposibilitan el crecimiento discursivo del relato, algo que habría potenciado aún más su original propuesta. Desde la prohibición es desde donde el filme funda su verosímil, pero carece de fuerza en aquellos pasajes en los que los tres amigos debaten si el fútbol merece ser tan tenido en cuenta o si, como plantea uno de ellos, no es productivo su excesivo fanatismo.
Desde la puesta y el montaje, la ida de western va creciendo paulatinamente, y algunas aisladas interpretaciones, como la de Jorge Sesán, un actor inmenso que siempre puede sacar provecho a sus personajes, y que en esta oportunidad encarna al villano. Por el resto hay buenas intenciones, pero la propuesta no termina por consolidarse, principalmente por la falla en las actuaciones protagónicas, que no logran traspasar la pantalla para generar la empatía necesaria y la aceptación del gag y el humor como verosímil para esta inverosímil historia.