El cine francés avanza en la reinvención de historias vistas anteriormente, pero suma, una vez más, una mirada que se potencia por la contemporaneidad que logra, impregnando en la visual y en la puesta, siempre moderna, una vanguardia que transita la cotidianeidad de los protagonistas de manera natural y envuelve a los protagonistas.
Las películas que tienen la búsqueda de la identidad como tema principal, han generado, además, un sinfín de relatos en los que se busca desesperadamente descubrir qué hay detrás de una sombra sobre la que nadie sabe nada. Las posibilidades expresivas que ese cuento hacen expandir las acciones, también han sido recurrente y metodicamente revisitadas, y en la última producción cinematográfica francesa, varias películas han trabajado con este tema.
La historia de este film arranca cuando Mathieu (Pierre Deladonchamps) es alertado sobre el fallecimiento de su posible padre, yendo al pueblo en el que vivía, el hombre intentará también traer para sí información necesaria para poder configurar la tensión dramática para que el relato avance. Pero nada lo haría suponer que durante dos días desandará los pasos de ese hombre ajeno a él, con información necesaria y esperada para terminar por configurarlo como ser.
De eso habla “El hijo de Jean” (Francia, 2016), de Philippe Lioret (Welcome), una película que asombrosamente encuentra una manera de relatar precisa, cual caja de sorpresas y que apoya su narración en logradas interpretaciones de sus protagonistas. Y en el llegar al lugar para conocer a un ex socio de su padre (Gabriel Arcand), quien supuestamente tiene un regalo legado por el fallecido, Lioret no sólo construye un relato sobre posibilidades, sino también sobre hechos que se irán revelando ante el espectador, pero también, ante Mathieu, que sorprenden e impactan a la vez.
El supuesto padre del hombre poseía hijos, y en un principio la desesperación por conocerlos, hará que el protagonista de este laberíntico film vaya recorriendo el guion intentando descubrir vínculos, espacios, relaciones, queriendo apropiarlos para también completarse.
Pero, la habilidad del relato radicará justamente, en mezclar el fresco social con el policial, y de esa conjunción sale un potente relato sobre la familia, el amor, la paternidad, y el lugar en el que se depositan ideas preconcebidas sobre los vínculos filiales. “El hijo de Jean” posee la virtud de encontrar en un relato, que avanza lentamente, la capacidad para capturar la atención total del espectador y así, dejarse tentar por la increíble capacidad interpretativa de sus protagonistas, impensable este relato sin ellos.
Deladonchamps se pone en la piel del hijo de Jean, con su enigmática capacidad para interpelar a la audiencia tras su mirada cristalina y su adusto gesto de preocupación, el contrapunto con Arcand, gran actor de la comedia francesa, potencia cada uno de los gestos que ante los hechos que se van narrando aparecen.
El misterio que envuelve a “El hijo de Jean” y la identidad de Mathieu es la posibilidad de relatar la historia gradualmente, con paso lento pero firme, con un despliegue actoral único, y con una dirección de cámaras que prefiere en detalles y planos cercanos, lograr la compenetración total con su historia, lográndolo y convirtiendo a esta propuesta en una de las gratas sorpresas que renuevan la cartelera cinematográfica local.