Mentir por la verdad
El director logra desplegar su maestría para hablar sobre la identidad masculina, paterna y filial y sobre la intimidad de esos lazos entre hombres. Calificación: muy buena.
Mathieu es un hombre con aspecto de niño. Es un hijo con dos padres, y tiene un niño pequeño. Un día recibe un llamado que lo notifica la muerte del padre que le dio la vida sin querer, quien ha dejado un paquete a su nombre. Entonces, decide cruzar océanos para estar presente en el funeral de un hombre que no conoció, que tiene una familia, igual que él, y en la cual espera encontrar algún dato común que haga visible un hilo invisible que lo defina a él también como hijo de Jean.
Sin embargo, esos hermanos que encuentra, uno violento e impulsivo, el otro frio y calculador ,nada dicen sobre Mathieu, y Jean, cuyo cuerpo se ha perdido en un lago sin nombre, tampoco.
Es el amigo más cercano de Jean el que contacta, espera y hospeda a Mathieu en su viaje a Canadá. Y el que completa los huecos de la historia de su gestación que durante 33 años se resumía en una frase. Son remarcables las interpretaciones de ambos actores que llevan adelante estos personajes con una precisa economía de recursos donde la palabra queda en el plano de lo prescindible.
Al director Philippe Loiret lo conocemos por esa maravillosa Welcome (2009), la historia de un jovencísimo refugiado iraquí que queda varado en Francia y busca cruzar a nado el Canal de la Mancha hasta Inglaterra, por lo que toma clases de natación con Vincent, con quien generará una relación sin nombre.
Es ahí donde Loiret se maneja como pez en el agua: cuando despliega su maestría para hablar sobre la identidad masculina, paterna y filial y sobre la intimidad de esos lazos entre hombres, donde la sangre, casi nunca, define nada.