Desde el estreno de “Las aventuras de Sammy: en busca del pasaje secreto” (Ben Stassen y Mimi Maynard,, 2010) han sido varios los títulos y las apuestas de las distribuidoras locales por importar el cine de animación proveniente de Europa, y más precisamente algunas de Bélgica, Francia y Alemania, que en relación costo-beneficio terminan siendo un buen negocio para todos, aunque sería sano intentar una identidad propia en lugar de querer ser Pixar o Dreamworks. Todas dejan plata, puede ser, pero el hecho artístico es otra cosa.
Si un guionista decide tomar un personaje popular, ya sea de la literatura clásica o de leyenda no escrita, sería interesante que lo haga para poder contar algo nuevo, es decir, tomar los elementos centrales del personaje instalado en la cultura popular y ver la forma de hablar de las inquietudes artísticas a través del mismo. Si el “aggiornamiento” sólo ocurre en la máscara, en el aspecto exterior de la historia, se corre el peligro de caer en un producto vacío. Por ejemplo sacar a Tarzán del siglo XIX y llevarlo a nuestros días en la producción alemana “Tarzán: La evolución de la leyenda” (Reinhard Klooss, 2014), sólo sirvió para meter armas, helicópteros y más acción. No hubo otra lectura adicional más que la codicia corporativa mostrada con brocha gorda.
“El hijo de Piegrande” adolece de todo lo anteriormente expuesto, pero con un agravante argumental que llama la atención por su enorme endeblez. La idea de rescatar del olvido al Yeti no es mostrar el miedo a lo distinto o la búsqueda del eslabón perdido o la crueldad humana. Ni hablar de la discriminación ni nada de eso. Tampoco es una aventura sobre su descubrimiento para aprender a vencer los miedos, o una comedia sobre las diferencias de tamaños. No. La razón de ser de esta producción espetada desde el supuesto villano es que los hombres recuperen el cabello perdido (así, sin anestesia).
La persecución a un científico que termina arrojándose al vacío de una catarata abre los primeros tres minutos. Suponemos que si un personaje toma la terrible decisión de terminar con su vida, antes de caer en manos de sus perseguidores, debe ser porque algo que hizo o sabe es más importante que su existencia.
Luego de la introducción conocemos a Adam (Pappy Faulkner, doblada por Carla Cerda), un chico preadolescente algo tímido, a quién se lo ve feliz en su ámbito hogareño, pero en el colegio sufre bullying por parte de tres pibe.. Ah, de vez en cuando se le agrandan los pies y el pelo le crece muy rápido. En otro lugar, el multimillonario dueño de una corporación está obsesionado con un proyecto genético, y para ello tiene un edificio que haría temblar a Los Vengadores de la Marvel custodiado por un ejército de agentes con mucho músculo y pocas luces.
A partir de allí sólo hace falta atar un par de cabos usando el sentido común. El nene es hijo del sascuatch con lo cual partirá en busca de su padre, quién, además de la de esconderse en el bosque durante años y lograr tener una dirección postal, tiene la habilidad de hablar con los animales. Lo dicho antes, “El hijo de Piegrande” justifica toda la acción dramática del villano en el problema de la caída del cabello, y podríamos decir que eso es todo lo que se les ocurrió a Bob Barlen y Cal Brunker para sostener la credibilidad del enemigo que pretende el ADN de Piegrande para lograr su plan. Está bien en ese sentido porque, hay que admitirlo, pelo no le falta.
Los autores no encuentran la vuelta para aprovechar la temática de los vínculos familiares, como por ejemplo lo que sucedía en “PieGrande y los Hendersons” (William Dear, 1987), en la cual hasta se tocaba el tema de la adopción. En este estreno todo queda en lo anecdótico y en los pocos golpes de efecto con un par de gags que apenas logran una sonrisa pasajera.
La calidad de la animación y los gestos es notable, al igual que el diseño sonoro y el montaje, pero estos rubros no logran sobreponerse a un libreto flojo y una dirección de Jeremy Degruson y Ben Stassen que cumple hasta ahí. Raro porque éste último ya es un hombre con vasta experiencia en este género. Una más del montón esperando el comienzo de temporada.