Este film es uno de los favoritos al Oscar para no estadounidenses (el favorito, de hecho), y ganó en Cannes. Pero su retrato altamente manipulado a puro golpe bajo de los horrores del Holocausto dista mucho de constituirse en una película que satisfaga al espectador. Si las películas solo fueran buenas por su tema, deberíamos elogiarla. Pero un buen film lo es siempre más allá de lo que declame: lo que queda y hace efectivo el mensaje es su forma. Y aquí el pecado es, justamente, formal.