Está claro que hay diferentes tipos de amor. Y en El hijo perfecto (My Skinny Sister, 2015) se refleja la relación de una niña y su hermana adolescente, quien padece bulimia. La ópera prima de la directora sueca Sanna Lenken profundiza su mirada en un lazo afectivo que muta por varios sentimientos como la competencia, la admiración y el miedo.
Stella (Rebecka Josephson) quiere ser como su hermana mayor, Katja (Amy Diamond): que la reconozcan por sus dotes para el patinaje sobre hielo y ser el orgullo de sus padres (Annika Hallin y Henrik Norlén). La relación entre ellas es buena, a pesar de que la más pequeña siente un poco de celos. Pero Stella comienza a ver las cosas de otra manera cuando descubre que Katja sufre trastornos alimentarios, producto de la autoexigencia en el deporte. El dilema entre el comunicárselos a sus padres o no se convierte en el centro del film.
El acierto de Lenken es contar la historia a través del personaje de Josephson. Porque es una niña de aproximadamente 10 años, que experimenta distintas emociones y debe sobreponerse a una problemática por demás compleja. La narración está signada por la ternura de la protagonista, pero no deja de ser cruda. Y tiene algunos momentos distendidos, con pinceladas de humor.
El hijo perfecto pone el foco en lo que los padres creen que ocurre en su casa y en lo que desconocen por completo. Una situación que no es ajena a la sociedad actual, dado que el ritmo en el que se vive no permite detenerse a observar, sino que a veces es más sencillo quedarse con lo que las apariencias muestran. Pero también expone las dificultades que surgen al querer sobreponerse a esta enfermedad silenciosa.
Excelentes actuaciones y una historia que es coyuntural, tanto por la enfermedad que refleja como por las relaciones familiares, logran que El hijo perfecto sea una gran película que no intenta juzgar. Las conclusiones quedan en manos del espectador.