El hijo perfecto

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

LAS HERMANAS SEAN UNIDAS

Hay películas que necesitan un tiempo extra para poder digerirlas, asumirlas en sus concepciones, aún sin ser particularmente sobresalientes. El hijo perfecto -insólito título con el cual la conocemos en Argentina- está impregnada de esa sustancia, es una película que obliga a tomarse unos momentos extra de reflexión.

Lo cierto es que el planteo del film de la sueca Sanna Lenken es simple y complejo a la vez, porque ya preanuncia decisiones desde lo estético e incluso lo moral complicadas de pensar y ejecutar: todo gira alrededor de Stella (Rebecka Josephson), una niña que está entrando en la adolescencia, y en esa etapa de descubrimientos y autodescubrimientos, se va dando cuenta que su hermana mayor, Katja (Amy Diamond), la favorita y mimada de la familia a partir de su incipiente carrera como patinadora sobre hielo, arrastra a escondidas una creciente anorexia.

Hay un par de decisiones que pueden parecer lógicas y elementales, pero que requieren de buen criterio y hasta humildad, y que Lenken toma desde el comienzo del relato, sin vacilar en lo más mínimo: primero, construir la narración a partir del punto de vista de Stella, sosteniéndolo en todo momento; y segundo, ir hilvanando un telón de fondo que es la apertura del mundo que va viviendo Stella, que empieza a romper los límites del núcleo familiar.

Pero El hijo perfecto, a pesar de estas decisiones sumamente acertadas de su realizadora, no termina de ser un film parejo y fluido. Es que su primera media hora es muy atractiva, trabajando con la mirada de Stella para construir pausadamente el universo que la rodea, indagando en ese lazo filial con Katja, donde intervienen el afecto y la lealtad, pero también algo de crueldad y hasta envidia. Es cuando estalla el conflicto central -Stella dándose cuenta de los desórdenes alimenticios de Katja- que el film empieza a toparse con algunos problemas, principalmente porque no consigue trascender ciertas instancias de obviedad y hasta trazo grueso -por ejemplo, con la subtrama del enamoramiento de Stella del profesor de Katja-, atravesando pasajes donde se emparienta con esos típicos dramones televisivos al estilo Lifetime o Hallmark.

Pero por suerte Lenken vuelve a tomar el timón con fuerza y evita el naufragio en los minutos decisivos, privilegiando lo afectivo y recortando donde importa: ahí El hijo perfecto se consolida como un film de crecimiento, de aprendizaje sobre el dolor, sobre cuándo vale más la pena hablar que callar, cuándo pasar de ser testigo a participante, cómo tenderle la mano al otro aún cuando ese gesto no es reclamado por quien lo necesita. En ese punto de quiebre entre infancia y adolescencia es donde la película se hace fuerte, conmoviendo sin necesidad de grandilocuencias. Y encima cuenta con actuaciones estupendas de Josephson y Diamond, vibrantes desde su humanidad, como dos hermanas aprendiendo a contar una con la otra y funcionando como espejos de nuestras propias relaciones filiales.