La nueva y extraordinaria película del director de “Petróleo sangriento” se centra en un célebre diseñador de modas de la Inglaterra de los años ’50 y su particular relación romántica con una joven extranjera. Con un elenco notable integrado por Daniel Day-Lewis, Vicky Krieps y Leslie Manville, la película es un sorprendente melodrama gótico y una curiosa historia de amor con toques de suspenso hitchockianos.
A esta altura de su carrera, las películas de Paul Thomas Anderson se han convertido en una suerte de objetos preciosos, casi inclasificables. Lo de “preciosos” no refiere a una cuestión de calidad ni belleza, sino a su particularidad, su singularidad: son filmes que no podría hacer ningún otro cineasta y que se expresan de una manera única y fácilmente identificable dentro del panorama cinematográfico. Este Anderson puede no tener una marcación estética tan definida como la de su compatriota Wes, pero no hay duda que sus creaciones reciben el mismo trato casi reverencial. Una película de PTA no se estrena sino que es un evento que el mundo del cine espera como una revelación casi divina.
En cierto modo, como algunos músicos, PTA es un cineasta de cineastas, uno de esos artistas que suele ser más comprendido y festejado por su pares o por las personas de la industria que por el público en general. Muy pocas películas suyas fueron grandes éxitos pero pese a eso su figura se agiganta cada vez más. No es sencillo definir cuál es el secreto que torna su cine en un material casi de devoción, pero lo cierto es que no es difícil sentir esa sensación casi reverencial a lo largo de la extraordinaria EL HILO FANTASMA.
¿Es la historia? ¿Las actuaciones? ¿El guión? ¿La puesta en escena? ¿En qué reside el secreto del cine de PTA que hace que algunas personas –entre las que me incluyo– caigamos rendidos ante cada una de sus propuestas? Es todo eso, sí, pero a la vez ninguna de esas cosas. Lo que producen, muchas veces, las películas de Anderson son algo parecido al asombro, a la ensoñación, una sensación que abraza al espectador y lo lleva de las narices a lugares físicos y emocionales impensados. Mucho tiene que ver con eso sus intrincados planos y la reconocida influencia en su cine de la obra de Max Ophüls. Y, en esta película, esa conexión está más evidente que nunca. Además de los planos y, en cierto modo, la música (ya hablaré más adelante sobre este tema específico y relevante), el universo de EL HILO FANTASMA remite a algunas de las películas del director alemán de LA RONDA y MADAME DE…
EL HILO… es un cuento casi gótico, una versión torcida de “La bella y la bestia” en el mundo de la moda británica de los años ’50. Lo que empieza como un retrato de un personaje obsesivo, perfeccionista y bastante insoportable como Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) en su mundo laboral, con sus manías caprichosas, su extraña y dependiente relación con su hermana Cyril (la excelente Leslie Manville, en toda su gloria hitchockiana) y sus amantes descartables de a poco se convierte en una extraña historia de amor, la que arranca cuando en un viaje el pretencioso Reynolds conoce a una camarera dee un restaurante llamada Alma (Vicky Krieps) que lo cautiva. Es una inmigrante del Este de Europa cuyo pasado no se explica jamás (en mi cabeza es una sobreviviente del Holocausto, no me pregunten porqué) que no parece el tipo de mujer que fascinaría a una persona como él ya que es una chica de pueblo en apariencia simple, no excesivamente bella ni brillante. Pero posee algo que para el diseñador de modas es fundamental: las medidas perfectas para confeccionar sus vestidos en torno a su cuerpo.
Con ella en escena (es decir, en la casa que comparten Reynolds y su hermana, y en la que también trabajan sus empleadas) la química comienza a alterarse. La presencia y los ruidosos hábitos de Alma no encajan con las peculiares manías del hombre (las escenas de desayuno son fabulosas en ese sentido) y ella pronto nota que él no tardará en despacharla como a sus otras amantes, prefiriendo sostener su universo a partir de la simbiótica relación que tiene con su hermana. Pero la chica está dispuesta a dar pelea. Y lo que hará para conservar su lugar –y, acaso, ganarse su amor– es lo que convierte a esta película en una especie de romántico thriller hitchcockiano en su segunda mitad. Ya verán porqué y cómo.
PTA no solo tiene en su cabeza el movimiento casi de vals permanente de las películas de Ophüls sino que lleva más allá algunas de las tradiciones del melodrama gótico, como es el uso de la música. La banda sonora de Jonny Greenwood (el guitarrista de Radiohead, con quien trabaja por cuarta vez) se convierte en el elemento dominante de la puesta en escena a tal punto que las imágenes parecen estar organizadas en torno a la música y no a la inversa. Por momentos más cerca de una opera (o, mejor, de una opereta) que de una película convencional, los personajes y la trama del EL HILO FANTASMA parecen moverse casi en función de la música, lo que la convierte en cierto modo en una especie de musical en el que nadie canta. La/s melodía/s de Greenwood organizan el sentido del filme tanto a más que el resto de sus elementos.
Así como el carácter descriptivo de la primera mitad del filme (un colega lo definió, exagerando pero sin equivocarse, como cercano al cine de Terence Davies) va dando paso a lo que puede considerarse a una versión libre de REBECA, los personajes también van girando y modificándose en relación a las primeras impresiones que tenemos de ellos. Así como Alma puede no ser tan inocente y simple como parece, Woodcock acaso tampoco sea tan dominante y seguro, ni su hermana tan seca y cínica como uno podría pensar a partir de sus ácidos comentarios y su apariencia. Anderson empieza a jugar allí con una serie de relaciones de amor/dependencia que muchos definiríamos como enfermizas pero que, quizás, sean muchos más creíbles y reales de lo que parecen. Es una película sobre el poder en una relación de dos (o de tres) y cómo ese poder cambia de manos varias veces, revelando lo que los personajes pueden llegar a hacer para recuperarlo. Es un tema (relación de poder entre maestro y alumno, artista y musa) que el propio realizador ya trabajó en PETROLEO SANGRIENTO y THE MASTER.
Una extraña historia de amor, vestidos elegantes y música envolvente, EL HILO FANTASMA es también una sinfonía de sensaciones que atacan sin avisar: la pesadillesca/fantasmal escena de una fiesta de fin de año, los misterios de la cocina según Alma (sí, el personaje se llama igual que la esposa de Hitchcock y él se llama Woodcock), el patético casamiento de una ricachona pasada de alcohol, un auto que avanza desafiante por una ruta oscura o el desafío personal de terminar un vestido para una clienta de la realeza. Todos momentos que se impregnan en la memoria del espectador como parte de algún sueño un tanto oscuro, de la misma manera que recordamos escenas de muchas de sus anteriores películas sin tener muy en claro si las vimos o las inventamos.
Podría agregar largos párrafos sobre la excelencia de las actuaciones, pero serían un tanto previsibles: todos ya saben que Day-Lewis es un actor capaz de descolocar a cualquiera y aquí tiene varias escenas en las que entra en esa maníaca frecuencia, aunque en un tono más medido, más british, que en otras ocasiones. Manville, lo dijimos, es una construcción casi a medida del melodrama clásico, pero uno que puede llegar a subvertir su misión. Mientras que Krieps, una poco conocida actriz de Luxemburgo, es la gran revelación: su simpleza de aspecto y su estilo amable y modesto revelan ser apenas una de las capas que, como los ambiciosos vestidos que crea su pareja, la chica tiene. Como esos vestidos, también, Alma tiene cosido entre los pliegues sus personales obsesiones y métodos y los sacará a la luz cuando sienta que es necesario.
Pese a su envase de melodrama gótico, EL HILO FANTASMA tiene momentos de sorprendente humor y liviandad, que aligeran la densidad de lo que está sucediendo. Y, aunque no lo parezca de entrada, se trata de una gran historia de amor. Un amor que puede no responder a los manuales psicologistas más tradicionales con los que funcionan la mayoría de las historias de amor de Hollywood, pero uno que en su pícara, peligrosa y cambiante manera de “evolucionar” resulta mucho más creíble que la mayoría de ellos. Aquello de que “el amor tiene razones que la razón no entiende” le cabe a la perfección a esta relación. Y eso, uno podría agregar viendo las películas de Paul Thomas Anderson, también pasa con el cine.