LA ETERNA MAGIA DEL MELODRAMA
Un director como Paul Thomas Anderson es mucho más que un virtuoso de la técnica cinematográfica y un guionista impecable y versátil, es definitivamente un artista inagotable que nos bendice al sumergir su imaginario y su erudición en las aguas del lenguaje de la gran pantalla plateada.
El hilo fantasma es su séptimo largometraje y en sus 48 años ha creado una serie de mundos inolvidables, unos tan distintos de otros, tan sólidos y arrebatadores, que pareciera que su pluma cada vez va más rápido y vuela más alto que la cronología misma de su vida. Y no lo digo por la cantidad de obras producidas desde el guión hasta el corte final, sino por la dimensión de cada una de ellas.
Si recordamos la narración y la estética de su ópera prima Boogie nigths (1997) no nos hubiéramos imaginado que a ella le seguiría la imponente y bella Magnolia (1999) y al pie la adorable Embriagado de amor (2002), tras la arrasadora historia de Petróleo sangriento (2007) y así paso a paso nos veríamos de cara a la complejidad de The Master (2012) y a la audacia loca de Puro vicio (2014), adaptando al inadaptado Thomas Pynchon.
Hoy, El hilo fantasma es un homenaje enamorado y exquisito al cine clásico. A la gran narración de aquellos definitivos maestros del melodrama de los años 40 como Rebeca de Hitchcock y Sunset Boulevard de Billy Wilder, entre otros.
La historia no se basa en personajes reales, se talla como buen exponente del género en una ficción pura.
La trama está centrada en la figura de un famoso modisto, Reynolds Woodscock, una suerte de tirano de la moda inglés allí por los años 50, que es una mezcla de impecable sastre artesano a la vez que un artista de la alta costura. Su aliada personal y “vieja camarada”, como el mismo la llama, es su hermana Cyril con quien vive en la mansión donde se instala su lujoso taller, su estudio y su vida entera. Hasta que un día conoce a una joven, Alma, a quien elige como musa inspiradora, a quien lleva a vivir a su mundo único de vestidos de ensueño y claustrofóbico encierro. Desde un amor idealizado, el vínculo entre ellos va hacia lo perturbador y perverso, creando una historia compleja y oscura que los va a unir, tal vez hasta la muerte.
Este argumento nos trae a la mente inevitablemente a Rebeca y las figuras de la intrusa que se transforma por un lado, y por otro la siniestra ama de llaves que deja su huella en la Cyril, no por su locura fatal, pero si por el poder que detenta en la vida de los otros. El homenaje a Hitchcok llega hasta el nombre de su misma esposa, Alma, que también fue la mujer poderosa que doblegó al tirano.
Y en Sunset Boulverad, los destellos tienen algo de relación con lo mustio, y en la moda y sus reyes siempre hay algo de decadencia implícita.
En toda la película PTA, apuesta a la forma definitiva del encuadre clásico y las formas puras, con la estilización de los detalles en cada una de las escenas y las actuaciones milimétricamente registradas en primeros planos armónicos. Todo discurre con la precisión de un montaje fino, transparente envuelto por la música de Jonny Greenwood, que hace de las secuencias una marea de estados emocionales hechos sonidos.
La trama avanza cadenciosa, pasional pero contenida, algo bien característico de las expresiones narrativas en el cine de esa época. Todo lo que se refiera al deseo y los mundos íntimos de los personajes tiene una barrera formal que hace que viajen sutilmente en las miradas, en los pequeños gestos sin soltarse en formas grandilocuentes.
Los personajes están atados a sus pasiones, que están allí latiendo como una bomba que no explotará burdamente, sino que dejará salir retazos de emociones como si la historia fuera un vestido rasgado, por el cual entre los pliegues y las hilachas podemos ver quiénes son ellos y que los hace vibrar.
La progresión nos atrapa como si hubiera escrito el guión un modisto de alta costura, cuya herramienta en vez de la aguja fue la pluma y ahora toma la cámara. Si fuera está metáfora posible, Anderson va cosiendo los planos, uno a uno con un hilo invisible, dando una puntada perfecta a cada paso del relato.
La actuación de Daniel Day Lewis, es de una factura superlativa, sea esta su última película o solo quede el comentario en el olvido, su papel brilla en cada plano de la historia. Su co equiper y hermana en la ficción, Lesley Manville, es la perfecta británica que se impone en cada paso que da y en cada mirada drástica a la cámara. Finalmente Alma, Vicky Krieps, casi desconocida para muchos de nosotros, logra con su administrada gestualidad y hermetismo un personaje y una performance muy efectiva, jugando las tensiones con su amor y oponente, otorgando una medida ideal para el clima del filme.
Hay películas que podemos ver, hay películas que podemos observar, y otras que podemos vivir. Paul Thomas Anderson nos hace vivir el cine hasta la médula.
Por Victoria Leven
@victorialeven