Infielmente tuya
Tras el éxito de crítica y público de Abzurdah, la directora y la protagonista de aquel film se reunen para un drama romántico que queda bastante lejos de su predecesora. Más allá de los condimentos extracinematográficos que ocuparon tanto espacio en la prensa del corazón, esta película sobre la pasión, la infidelidad, la culpa y la mentira resulta -en medio de su prolijidad formal- un estudio bastante obvio, torpe y banal sobre el amor y las segundas oportunidades.
En El hilo rojo hay todo tipo de productos de Apple y múltiples nexos con servicios de Aerolíneas Argentinas (dos ejemplo contundentes de product placement), hay varios personajes con tatuajes, se usa (dos veces) un tema de Amy Winehouse, los personajes son enólogos, azafatas, estrellas de rock y fotógrafos, se chatea y se usa mucho Instagram, pero la sensación permanente cuando se está viendo El hilo rojo es que se trata de una película vieja, que atrasa bastante en el contexto actual del cine industrial / comercial argentino. Y digo vieja y no clásica (pese a sus explícitas referencias a Casablanca) porque -más allá de su incuestionable prolijidad- la película no funciona ni siquiera en los términos básicos: trama, estructura dramática, construcción de personajes, diálogos... Ni que hablar de cierta lógica o credibilidad.
Cuesta entender cómo una directora que venía de realizar una valiosa película como Abzurdah, rodó este film cuya única justificación parece ser la del “gancho” de ver a la mediática pareja de la vida real en pantalla. Es que todo aquí es tan inverosímil, caprichoso y por momentos ridículo que sólo queda espacio para el morbo por los asuntos de público dominio (incluso para alguien que como yo que no consume los programas ni los sitios de chimentos). En ese sentido, hay que indicar que las escenas eróticas son bastante “subidas de tono” para los estándares del cine comercial local y que la China Suárez es de una belleza que encandila y que sostiene cualquier plano (y en cualquier situación). Sólo hay que indicarle a la diva que no hace falta que tenga triple capa de maquillaje cuando su personaje recién se levanta de la cama. No puede decirse lo mismo respecto del carisma de Benjamín Vicuña, un actor sin brillo, aunque aquí haga de un tipo ordinario en circunstanacias extraordinarias.
Tras un breve prólogo que transcurre en 2007, en el que el enólogo Manuel (Vicuña) conoce a la azafata Abril (Suárez) y su apasionado primer encuentro se interrumpe de forma abrupta, la acción salta hasta la actualidad. Ella ahora está casada con Bruno (el español Hugo Silva), un astro musical, y él con Laura (Guillermina Valdés), una exitosa fotógrafa. Ambos, además de parejas y carreras, son padres y no están precisamente preparados para el fogoso romance cuando inevitablemente se reencuentren (en un hotel de lujo en la paradisíaca Cartagena de Indias para más datos). Cualquier parecido con la realidad, por supuesto, es mera coincidencia.
Tras ese planteo -que ya de por sí no era particularmente inspirado-, la película abordará de la manera más obvia, superficial y torpe que pueda imaginarse cuestiones como la infidelidad, la culpa y la mentira. Una (no) película que, lamentablemente, tiene muchos más condimentos extracinematográficos que artísticos.