Cuando el hilo se corta
Habría que ver qué vino primero, si Benjamín Vicuña se puso a salir con Eugenia Suárez a partir de El hilo rojo (2016) o la película surge a partir de dicho romance. Porque al ver la historia cuyo argumento gira en torno a una “leyenda china” que dice que dos personas están destinadas a encontrarse eternamente –por estar unidas por un hilo rojo invisible-, nos damos cuenta que el dato de color resulta ser de mayor atractivo que la débil trama que presenta.
Ella (Abril, Eugenia Suárez) es azafata y él (Manuel, Benjamín Vicuña), empresario vinicultor en ascenso. Se encuentran en un aeropuerto, escuchan Amy Winehouse, y comparten vuelo. En la cabina del avión ella lo rechaza infinidad de veces, pero el tipo insiste por besarla. Quedan encontrarse en migraciones pero hay un incendio, desalojan unas cinco horas el lugar y no vuelven a verse hasta dentro de 7 años (¿?). Ahora ambos con una familia a cuestas, están por trabajo en Colombia y se reencuentran casualmente en el destino turístico de Cartagena. Ella lo vuelve a rechazar infinidad de veces y él, con su ingenua bondad romántica, insiste una y otra vez hasta el encuentro esperado.
Si varias escenas mencionadas les resultan un poco incoherentes es porque no hay ninguna intención en la película de tomarse demasiado en serio el argumento. El hilo rojo es una telenovela filmada con una estética publicitaria, de esas en las que cada plano parece una postal para un aviso de Mastercard. La ciudad de Cartagena y sus pasajes turísticos elegidos para contextualizar ayudan a exacerbar el preciosismo visual del film, pero si quitamos esta máscara muy bien recreada por cierto, nos queda una historia vacía, de contenido, de ideas, de verosimilitud.
Vicuña y Suárez están insoportables en los arquetipos que elaboran. Él como un dulce y tierno sentimental de antaño, ella como una fría y bella mujer que disfruta en mostrarse inalcanzable. Tanto es así que dan ganas de que su amor no se concrete nunca. No es culpa de los actores que están mejor en otras películas (Vicuña en La memoria del agua y Suárez en Abzurdah) sino del argumento al que le importa más mostrar sus torsos desnudos que sus personalidades.
El mundo frívolo que construye el film justifica diálogos de discoteca y situaciones intrascendentes llevadas a la tremenda (el incendio de migraciones por ejemplo). Pensemos que él está casado con una fotógrafa publicitaria, ella con un mánager de rock, y que se encuentran en aeropuertos, hoteles de lujo o destinos turísticos. La película escrita por los responsables de El desafío (2015) y Extraños en la noche (2011), entre otras, arma un universo superficial desde los personajes hasta los escenarios.
Ahora si sacamos la capa estética que recubre al film, nos queda una premisa débil para sostener 90 minutos de argumento previsible, salvo el atractivo dato de color que el affaire real -símil argumento- pueda generar. El sabor a poco puede convertirse en nada, según qué se mire primero.