La nueva incursión de Peter Jackson en la Tierra Media ha terminado. Después de tres películas pasables, se cierra otra trilogía. Una que no hará historia ni marcará generaciones futuras - como lo hizo El Señor de los Anillos a principios del nuevo milenio -, pero que sirvió como un buen aperitivo para aquellos que nos enamoramos de Tolkien en el 2001 (y para que Jackson volviera a forrar sus bolsillos de dólares otra vez).
Ciertamente la trilogía basada en El Hobbit es una bolsa de gatos. Hay grandes momentos y excelentes personajes pero, en sí, la historia de fondo se siente hueca. Ya no es el bien contra el mal peleando por la supervivencia de su raza sobre la faz de la Tierra, sino un grupo de gente caprichosa peleándose entre sí por un montón de oro. Hasta la historia épica de fondo - de que los enanos iban a recuperar su reino arrebatado por la fuerza por el dragón Smaug - se ha diluído. Igual los personajes están escritos con intensidad - el sacrificado Bardo, que se redime matando al dragón y se vuelve el líder de su pueblo; Bilbo, que es puro coraje y sentido común; el romance imposible entre la elfa Tauriel y el enano Kili; incluso el rey Thorin, envenenado por la codicia, que va y vuelve según sus estados de ánimo, y logra redimirse sobre el final con una gran dosis de valentía y tragedia - y todos tienen sus momentos; pero, por contra, hay algunas escenas demasiado estiradas / exageradas que bordean la parodia - como el combate entre Legolas y el orco asesino -, y algún que otro personaje molesto, mal escrito como comic relief, como es el caso de Alfrid, el anodino asistente del burgomaestre de la Ciudad del Lago. He aquí el Jar Jar Binks de la Tierra Media.
El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos es menos un filme evento y mas una película pochoclera. Hay muchos efectos especiales, hay montones de batallas, hay proezas físicas imposibles y hay criaturas espeluznantes. Lo que le falta a esto es una razón de ser, mas allá de ser un filme reunión de personajes ultraconocidos de la Trilogía del Anillo (y darle una excusa a los fans para reencontrarse con sus ídolos). Si uno despoja al filme de sus impresionantes CGI y se centra en el texto del libreto, verá que la historia es banal y carece de fuerza dramática. El problema es la ausencia de grandes temas, que es lo que hacen a un filme épico: la lucha contra fuerzas opresoras que superan en un número abrumador, y el descubrimiento de la valentía - que es lo que hace a los héroes - en un momento desesperado. Es mucho mas emocionante el dispar duelo entre Bardo y Smaug en los minutos iniciales del filme, que los 45 minutos finales saturados de ejércitos computarizados masacrándose entre ellos. Incluso la resolución tiene algo de insatisfactorio - ¿y la suerte del Bardo? ¿y la de Tauriel? ¿Bilbo se va así como así? ¿y la nación enana, qué va a hacer con la fortuna y la ciudad de Erebor? -, porque no da la impresión que se haya restaurado algún tipo de equilibrio.
Siendo fan de la Trilogía del Anillo, debo reconocer que la Trilogía del Hobbit me resulta indiferente. Veo los filmes, los disfruto, pero no he salido corriendo a comprar su banda sonora, o a alquilarlos, o a reverlos en una copia remasterizada de alta definición. Desde ya, no los siento un aborto como La Amenaza Fantasma y la trilogía de precuelas de George Lucas - Peter Jackson aún se mantiene en forma, e incluso en un mal día puede dar un par de escenas impresionantes -, pero no terminan de llamarme la atención. Y si tuviera que concluir algo sobre El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos, diría que es una linda película para alquilar un fin de semana, pero no deja de ser un espectáculo emocionalmente inerte, a menos - claro - de un puñado de escenas en donde los actores triunfan forjando a su medida sus personajes y logrando hacer algo emocionante por encima de lo mecánico del libreto.
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