Un “Hobbit” algo estirado, pero todavía contundente
La segunda parte de "El Hobbit" terminaba con un ominoso dragón despertando de su letargo para arrasar con todo un pueblo, interrumpiendo la inminente masacre flamígera de manera abrupta, al mejor estilo de los viejos seriales. Luego de esperar un año, el arranque de esta última parte de la segunda trilogía de Peter Jackson sobre Tolkien es más que contundente, a todo superdragón dispuesto a que todo quede quemadísimo. Empezando por el guión, que esta vez no puede ni intenta hacer mucho con lo que es, obviamente, sólo un espectacular desenlace que hubiera quedado mejor adherido al film anterior,.
Vale decir, con un montaje más rápido del film precedente restándole media hora y agregándole 70 minutos de esta tercera parte-, hubiera logrado una segunda película memorable, aunque claro, se hubieran perdido los millones generados por dividir el asunto en tres partes.
Es que, para empezar, por más tremendo que sea el ataque del dragón inicial, la verdad es que los conflictos dramáticos relacionados con su despertar quedan medio perdidos, y la película no se ocupa de volver a presentárselos al espectador, lo que es una pena ya que se pierde la progresión dramática que alcanzaba la historia antes de que despierte el monstruo.
Lo curioso es que ésta es la más corta de las películas sobre Tolkien de Jackson: dos horas y 20. De todos modos, él aseguró que tiene unos 40 minutos más de material extra para agregar a la primera oportunidad, empezando por su famosas superediciones en DVD).
Pero luego, la batalla del título requiere un marco épico necesariamente dependiente del uso y abuso de efectos digitales no demasiado originales, sobre todo en lo que tiene que ver con la puesta en escena de los grandes planos generales de los ejércitos enfrentados todos contra todos.
Los detalles de la interminable batalla sí tienen momentos magníficos, dignos de los dos films anteriores, especialmente en todo lo relacionado con las extrañas y precisas maniobras de la infantería elfa. Los orcos y demás bichos horribles no presentan mayores novedades, y en realidad lo que queda de argumento de este libro no tan voluminoso adaptado en casi nueve horas tampoco le deja mucho que hacer al mismísimo Gandalf (ya un icono en la composición de Ian McKellen.
El personaje que realmente se roba este último Hobbit es el rey Thorin brillantemente interpretado por Richard Armitage, que casi como si estuviera poseído por la codicia y miseria que provoca el anillo que le pesa al hobbit, se deja llevar por el lado más oscuro de su personalidad, al obsesionarse con el tesoro ganado, traicionando a sus camaradas. Orlando Bloom es otro punto fuerte de este universo Tolkien-Jackson, dado que si no se cuida un poco, terminará convertido en elfo del mismo modo que Bela Lugosi se convirtió en vampiro aun fuera de los sets
Los efectos 3D se lucen mucho menos que en las dos películas previas, tal vez porque con tanta batahola, sería un exceso. Pero bueno, finalmente, la acción es generosa e incesante, hay imágenes dignas de ver más de una vez, y sólo faltaría haber integrado la superacción con la historia que imaginó Tolkien, aunque sin duda nunca imaginó que terminaría generando nueve horas de metraje y cientos de millones de dólares en la taquilla.