Todo concluye al fin, nada puede escapar… siempre hay una sensación extraña cuando llegamos al último capítulo de estas sagas cinematográficas que nos acompañan durante varios años. Aun basándose en libros reconocidos y que uno podría presuponer cómo culminará todo, hay una mezcla de expectativas y desazón porque esos personajes, que ya se hicieron parte nuestra, no podremos seguir sabiendo qué es de la vida de ellos.
Esta nueva trilogía del mundo de Tolkien dirigida por Peter Jackson despertó tantos amores como odios. Los que la criticaron se centraron en el hecho de haber extendido sobremanera un libro corto y destinado al público infantil, el haber hecho todo tipo de incorporaciones por ende. Pero como este redactor se encuentra dentro de los fieles seguidores de los films, rebato, esta tercera entrega viene a comprobar, aún más que la segunda, que las incorporaciones y los hechos relatados a un ritmo más alargado que en el libro funcionan perfectamente de modo armonioso amalgamándose con lo creado por Tolkien.
¿Se puede contar mucho de su argumento? Nos esperan varias sorpresas más allá de que todo lo esperado ahí está.
El comienzo nos ubica justo donde nos habían dejado, Smaug ha sido liberado y se encuentra en pleno ataque. Prepárense para una seguidilla de escenas a puro vértigo y ritmo que merecen ser vistas en el mejor formato posible.
Nuestros héroes se encuentran en la guarida del dragón topándose con las grandes riquezas que ahí aguardaban; y cada uno reaccionará dependiendo su temperamento. La codicia, avaricia, el poder, el engaño, la lealtad, la amistad, serán puestos a prueba cómo cuando se encontraban/encontrarán frente al anillo. En especial Thorin (Richard Armitage) que deberá enfrentar su destino de rey acomplejado con la avaricia de esa riqueza que podría ayudarlo a restaurar a los suyos.
En otro frente, los Orcos se avecinan por lo suyo y por más intentos para impedirlo (que desatarán fuerzas futuras), llegarán, y todos se deberán preparar para la gran batalla final.
Jackson no desperdicia ningún personaje, a todos les da su momento. Hay emoción, hay romance, hay aventura, hay acción, y un sentido de lo épico más grande que en las entregas anteriores (como sucedía con El retorno del Rey).
Si tanto en Un Viaje Inesperado como La desolación de Smaug, se nos dedicaba unos minutos a recordarnos que estábamos en un universo previo a El Señor de los Anillos, prepárense, se nos prepara un plato fuerte en donde el mentado anillo cobrará una importancia fundamental, una escena de batalla que será la delicia de fanático con el momento clave que todos queríamos ver, y un preciso y cuidado detallismo en cerrar todo sin que nada quede suelto para la próxima historia que deberá vivir ese mundo, esa que ya nos contaron.
Por supuesto, La Batalla de los Cinco Ejércitos entra por los ojos, el espectáculo visual es perplejo, impresionante, pro también hace uso de los otros sentidos; se manipula inteligentemente al espectador desde la banda sonora, a la que ya nos tienen acostumbrado de su sublime calidad, y un in crescendo dramático justo para lograr la emoción.
Sí, algunos dirán que ya no queda nada del Peter Jackson de Bad Taste, Meet the Feebles y Braindead, pero si hilan fino verán que eso es lo que hace diferente a esta saga (así como El Señor…) de otros tanques hollywoodense. Por más FX’s, CGI, y ruidos bombásticos (considerablemente menos que en otras similares), se nota la mano del artesano, de aquel que está en los detalles, que cuida su obra como una gema preciosa a la que sabe ponerle su sello. Saber cómo alucinar sin aturdir.
NO hay más que palabras de elogios para un film como “El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos”, es de que demuestran lo mejor que Hollywood sabe hacer, nutriéndose de otras latitudes. Todo llega a su fin, el cierre es perfecto, y al final, mientras corren los créditos finales a uno se le ocurre… bueno, aún hay alguna esperanza de que finalmente se adapte El Silmarillión.