Cita ineludible a una de las grandes obras producto del cine industrial
Siempre es más fácil con el resultado puesto, y lo cierto es que mucho de lo que “El hobbit: la batalla de los cinco ejércitos” significa, como cierre de la trilogía basada en el libro de J.R.R. Tolkien, como fenómeno cultural y como obra cinematográfica, ya se anticipaba y se dijo en las dos anteriores y en la trilogía “El señor de los anillos”.
Lo que hace Peter Jackson aquí no solamente sirve para terminar de contar “El hobbit”, sino para unir ambas trilogías como parte del mismo universo. Cualquiera que termine de ver éste estreno puede ir a su casa y poner el DVD de “El señor de los anillos: La comunidad del anillo” (2001) para contemplar (ahora sí) toda la historia de Tierra Media. Es cierto, en las tres de “El hobbit” se toman más licencias en cuanto a la sucesión de los hechos o el agregado de escenas que concatenan con lo realizado hace trece años.
Ya sea para los fanáticos a secas o del cine como narración clásica, estamos frente una obra indispensable de este género. Sin contar las versiones extendidas son diecisiete (¡¡17!!) horas de duración. Años de gestación. Visto a la distancia es dantesco lo que se hizo con estos cuatro libros. El director neozelandés parece decir: "Nadie va a poder abordar este mega-proyecto de esta manea, salvo que se haga una re-lectura o una re-significación, ya está todo dicho". Cuanta razón tiene. ¿Qué otro proyecto en la historia de las adaptaciones al cine se puede poner a la par? “Harry Potter” está lejos por la irregularidad ante tanto cambio de directores, y “Star wars”, si bien en términos de producción y grandilocuencia está en la misma página, el propio George Lucas fue el que narrativamente se quedó en el tiempo.
“El hobbit: la batalla de los cinco ejércitos” retoma la historia como si hace un año alguien hubiera apretado el botón de pausa en la sala de cine. El Dragón Smaug (voz de Benedict Cumberbatch) se dirige a la aldea del pueblo lago para incendiarlo todo mientras los enanos al mando de Throin (Richard Armitage) intentan recuperar la piedra del arca, símbolo del poder legítimo del rey de la Montaña solitaria. Bilbo (Martin Freeman) ve con desolación cómo el oro y el poder corrompe la mente del líder. La otra pata de la historia tiene a Azog (Manu Bennett) organizando a los orcos en un gigantesco ejército para invadir y ocupar el castillo de la montaña solitaria que, recordamos, está repleta de oro. Este símbolo de poder y status, tan viejo como la humanidad, sirve como disparador para que hombres guiados por Bardo (Luke Evans), y elfos al mando de Beorn (Mikael Persbrandt) - con el rebelde Legolas (Orlando Bloom), la bella Tauriel (Evangeline Lilly) siguiendo de cerca -, se unan para alzar espadas, hachas y otros elementos contundentes, contra los enanos. En otro lugar, Gandalf (Ian McKellen) y Radagast (Sylvester McCoy) están prisioneros esperando el rescate por parte de Galadriel (Kate Blanchet) y Saruman (Christopher Lee). Esta escena es clave para la construcción de todo lo que sucede en “El señor de los anillos Así las cosas. Muchos años antes de enfrentarse al oscuro poder de Sauron, la Tierra Media tenía su lindo conflicto de intereses.
Este cierre tiene por supuesto una impronta de clímax constante, como sucedía con “El señor de los anillos: El retorno del rey” (2003). Una vez terminado el tema del dragón, el guión de Fran Walsh, Philippa Boyens, Peter Jackson y Guillermo del Toro se aboca por completo a plantear, desarrollar, y justificar los cinco puntos de enfrentamiento bélico que llevarán, una vez más, a secuencias de acción sencillamente espectaculares.
Como dijimos hace un año, fue una gran jugada darles lugar a dos personajes que apenas aparecían en los apéndices del libro de Tolkien. Azog y Tauriel, los que aportan un antagonismo mucho más rico en su forma y la historia de amor, respectivamente. Aun cuando esta última, si bien no es trascendental para el contexto general, agrega los elementos dramáticos necesarios para instalar sentimientos encontrados en los personajes que giran alrededor ella. Un poco como sucedía con el vínculo entre Aragorn y Arwen en la saga anterior.
Como es habitual en Peter Jackson, el manejo del montaje paralelo, las escenas de batallas, y sobre todo la esencia dramática de la historia, es magistral. Se toma tan en serio todo que realmente se perciben los tintes épicos decorados con momentos emotivos.
La fidelidad, los valores del alma y del corazón, la convicción en el honor y en la palabra empeñada, son las virtudes que se resaltan en este enfrentamiento entre el bien y el mal. Bien clásico. Tanto que el uso del 3D es casi injustificado. No es el tipo de chiches que aportan al cine de Jackson porque todo lo otro ya es suficientemente espectacular.
Somos espectadores contemporáneos de uno de los grandes eventos en la historia del cine industrial. Pasarán los años y así como quien escribe ha preguntado con asombro y cierta envidia: “¿Pudiste ver “Ben Hur” en el cine en su momento de estreno?”, lo mismo ocurrirá con los nietos.
Por lo que sea, “El hobbit: la batalla de los cinco ejércitos” es una cita ineludible con el cine de pura aventura.