La sensación que surge ante el final de esta nueva trilogía épica dirigida por Peter Jackson (y las tres películas, en general), es la misma que muchos experimentamos ante el estreno de las últimas entregas de “Star Wars”: a diferencia de un buen vino, el paso de los años no las favorece en lo absoluto.
¿Cómo puede ser que estos directores que comparten su amor por los avances tecnológicos en cuanto al séptimo arte se refieren, no hayan podido usar todos estos “trucos” a favor de la historia para, de haber sido posible, mejorar aquello que los destacó en décadas anteriores?
Entonces aparece otra pregunta: ¿hubiese podido Peter Jackson superarse a sí mismo con un relato de poco más de 300 páginas separado en tres films que casi abarcan nueve horas de nuestras vidas? La respuesta es un NO rotundo. Todo lo que el director neozelandés consiguió con la trilogía de “El Señor de los Anillos” (The Lord of the Rings) –el exitosísimo resurgimiento de la epopeya fantástica, las películas a gran escala, la genial puesta en escena y los efectos especiales-, acá se desluce, molesta y resulta tan inverosímil dentro de su propio universo mágico que se añoran hasta las mínimas fallas del primer trío de películas.
Al final Viggo Mortensen (y sus críticas) tenía razón: Jackson se concentró tanto en el CGI, los 48 FPS, el 3D HFR y demás siglas que perdió la esencia de contar una buena historia, tan épica y dramática como las anteriores, dotar a sus personajes de cierto carisma y enamorarnos con un sinfín de criaturas salidas del imaginario de J.R.R.
“El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos” (The Hobbit: The Battle of the Five Armies, 2014) falla desde el minuto cero. Jackson siempre se tomó su tiempo para narrar las situaciones (muchas veces excesivo) y acá, inexplicablemente, se queda corto a pesar que la película apenas dura unos 144 minutos.
Lo mejor de toda la trilogía, sin dudas, fue Smaug el dragón (con la increíble voz de Benedict Camberbatch) y su encuentro con Bilbo (Martin Freeman), muy al estilo sherlockiano. La temible criatura alada vuelve a aparecer, obviamente, pero su paso es tan fugaz que le resta toda importancia a este gran personaje, a la escena y a su posible verdugo. (No spoileamos para aquellos que no conozcan la historia).
Hay un motivo por el que este capítulo fue renombrado como “La Batalla de los Cinco Ejércitos” (el original era “El Hobbit: Partida y Regreso” tomando el nombre de la novela de Tolkien), la contienda dura unos 45 minutos en pantalla -una de las más largas que se haya mostrada hasta ahora- y, a pesar de que es llevadera y entretenida, perdió ese “aire” épico y aventurero al que Jackson ya nos tenía acostumbrados.
La proliferación de criaturas y personajes digitales es tan obvia y mecánica que el dramatismo de la batalla se diluye, ni hablar de esos momentos absurdos que el director siempre incorpora y que suelen tener a Legolas (Orlando Bloom) como protagonista. Why?! Why?!
“El Hobbit” es un cuentito mucho más infantil y carente de esa gran oscuridad que prolifera en la historia de Frodo y el anillo. Jackson se toma algunas libertades (hasta donde los derechos de autor lo dejan) y trata de explicar algunas cosas y relacionar ambas fábulas (separadas por unos 60 años) a partir de ciertos detallecitos bastante forzados, por si algún espectador desprevenido no sabe que hubo una trilogía previa. (Bah, fan service ringer, si se quiere).
Desde la primera película se notó el “estiramiento” de la novela y, acá, el director podría haber utilizado el tiempo para jugar con un montón de elementos y cerrar mejor esta historia que, tal vez no necesite dieciocho finales, pero se queda con una conclusión bastante insulsa. Ya vendrán las ediciones extendidas en DVD, suponemos, pero hubiera sido interesante dedicarles unos cuantos minutos de más a esos personajes que no volveremos a ver.
Ya dijimos que, de entrada, hay que solucionar el problemita con el escupefuego que, tras ser despertado y desterrado de la Montaña Solitaria por la compañía de enanos con Thorin (Richard Armitage) a la cabeza, decide vengarse agarrándose con la pacifica gente de Ciudad del Lago. Bardo (Luke Evans) juega un papel fundamental en este enfrentamiento y en guiar a su gente hasta un refugio seguro tras la destrucción que deja la bestia.
La única opción es la abandonada y ruinosa Ciudad de Valle, pero algo pasó con “Escudo de Roble”, la enfermedad del Dragón y la codicia lo cambiaron y ve esta maniobra como una amenaza a su nueva fortuna recuperada. El enano ya no confía ni en su sombra lo que provoca el malestar de los humanos, los elfos silvanos y los temibles orcos que también quieren la montaña, punto estratégico para empezar a conquistar la Tierra Media.
Habrá que tomar una decisión: enanos, hombres y elfos van a la guerra o unen fuerzas contra la avanzada de los orcos y, a la larga, alguien mucho más oscuro y perverso. ¿Adivinan?
Así se dan las cosas, mucha flecha, garrotazo, bajas en todos los bandos, pero a “El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos” le sigue faltando drama y aventura, y le sobra una “comicidad” y absurdo que, seguramente, Pedro no andaba buscando.
Jackson perdió la magia bajo un montón de truquitos digitales que no aportan nada, sino todo lo contrario. Martin Freeman y su Bilbo siguen siendo el alma de esta epopeya y, a pesar de que todos los actores están correctísimos en sus papeles, el guión no les alcanza para tocar nuestras fibras más íntimas.
Adiós a la Tierra Media y a las eternas trilogías… ¿por ahora? Esta vez el viaje no fue tan épico y legendario, pero nadie nos quita lo bailado y las horas que pasamos en la oscura sala del cine atestiguando como Peter Jackson le da vida a los mundos imaginados por J.R.R. Tolkien hace más de setenta años.