Un cierre a capa y espada
El cierre de esta nueva saga tolkiana, adaptación de un libro unitario, de homónimo título, que Peter Jackson infló con un guion anabólico para seguir el tenor de Lord Of The Rings es, sin duda, lo mejor de la trilogía El Hobbit y confirma que la desmesura es el fuerte del director neozelandés. Como en el cierre de la anterior trilogía, en La batalla de los cinco ejércitos Jackson eleva el conflicto a un nivel wagneriano, alternando con pasos maestros entre los enfrentamientos a gran escala (elfos, humanos y enanos versus huestes de orcos y otras monstruosidades) y dramáticas luchas personales que tienen como principales protagonistas a la elfa Tauriel (Evangeline Lilly) y su pretendiente, el enano Kili (Aidan Turner), la pareja romántica que todo (buen) film de acción necesita.
Al mejor estilo de un serial televisivo, en el inicio la película retoma el final de la segunda parte, cuando el dragón Smaug (con la voz electrónicamente modificada de Benedict Cumberbatch) despierta de su letargo en el castillo de la Montaña Solitaria y descarga su furia sobre la vecina Ciudad del Lago. La primera media hora muestra el conflicto entre el dragón y el héroe de la ciudad, Bard (Luke Evans), quien, pese a lo insinuado en la segunda parte, no se transforma en el Aragorn de la saga. Este es el segmento menos atractivo de la película; no sólo los personajes no cubren las expectativas sino que la acción se desenvuelve en piloto automático. La batalla de los cinco ejércitos se pone en marcha cuando el líder de los enanos, Thorin (Richard Armitage), cree haber recobrado el oro de la Montaña que perteneció a sus antepasados, lo cual genera un conflicto con elfos y humanos y, finalmente, desencadena la batalla contra los orcos comandados por los impiadosos Azog y Bolg que da título a la película.
Durante todo el conflicto, la incidencia de Bilbo Bolsón (Martin Freeman) es mínima: Bilbo cumple el rol de observador, como un cronista medieval, y su candidez y racionalidad son el reverso de la desmesura épica. En el final, Jackson y su equipo de guionistas, liderado por Guillermo del Toro, vuelven al inicio de Lord Of The Rings y muestran a Ian Holm como el anciano Bilbo, que vuelve a contemplar el misterioso anillo mientras recibe la visita de Gandalf (Ian McKellen). Si en sus predecesoras el relleno se notó, esta tercera y última parte, que redunda en la saga más costosa de la historia, redime el retorno de Peter Jackson a los míticos escenarios de Tolkien.